viernes, 30 de octubre de 2009

Una melodía irrepetible, un actor inquietante, un amor imposible...







































































































































































































































































Los que me conocen bien saben que no suelo desayunar. Ni siquiera un café, salvo que sea día de trabajo... entonces me puedo tomar hasta cuatro solos seguidos con tal de alejar la modorra de mis estrujadas meninges... y si es día de resaca post-marchote, uno o dos zumos de tomate al comienzo del aperitivo como reparadora poción mágica para intestinos y neuronas. Por supuesto que hay excepciones en caso de viajes (como en Escocia, donde no desayunar, aparte de una temeridad debería ser considerado pecado mortal) o jornadas de curro intensas. Sé que vulnero, eso sí, sin dolo ninguno, las recomendacones de nutricionistas, expertos en alimentación, abuelitas varias y gente que sólo te desea lo mejor de corazón. A mí me va eso de despedir el día con una opípara cena, que ya saldrá el sol por Antequera a la mañana siguiente, si así lo dispone el que todo lo decide.

Hasta que, hace unos años, inicié mi aventura madrileña, mi concepto de desayuno estaba siempre asociado a la música clásica. Al son de magníficas melodías era como mi padre nos despertaba a toda la familia los fines de semana. Las revoltosas czardas de Monti http://www.youtube.com/watch?v=Op7GsUAiRnM, las vibrantes danzas húngaras de Brahms http://www.youtube.com/watch?v=v1bDjafRi0Q, los apasionados acordes de las polonesas de Chopin magistralmente interpretadas al piano por Arthur Rubinstein http://www.youtube.com/watch?v=VEl9zn8JPW8 , o los mejores momentos de la banda sonora de 'Barry Lindon' http://www.youtube.com/watch?v=m7wEUlpaYjY eran el alimento que sustituían, de forma tan etérea como sugerente, el alimento físico por un reconstituyente avituallamiento espiritual... con esa música como menú resultaba incluso fácil olvidarse de llevarse algo a la boca, pues el verdadero deleite lo experimentaban orejas y oídos.

De la sabrosa carta disponible en la fonoteca de mis progenitores, mi plato favorito era, sin ninguna duda el 'Concierto de Varsovia' del gran compositor inglés Richard Addinsell (tan risueño en la foto 4). No pasaba sábado o domingo que no lo escuchara, subyugado, al menos un par de veces. Por entonces, desconocía que esta popular pieza, una de las más interpretadas de todo el siglo XX, debía su origen a tres de mis grandes pasiones: el cine, los aviones y la Segunda Guerra Mundial... no me hizo falta saberlo para caer rendido a su hechizo...

En realidad, era la fascinante banda sonora de un melodrama amoroso-bélico-musical, rodado en 1941 a mayor gloria de la propaganda de guerra británica, 'Dangerous Moonlight', y que aquí fue vilmente traducida, imagino que por causa del éxito de la pieza principal en torno a la que giraba su argumento, como 'Aquella noche en Varsovia' (claro que peor fue el título con el que se estrenó en Estados Unidos, donde además recortaron diez minutos de película, 'Suicide Squadron').

El filme, homenaje a los centenares de pilotos de caza centroeuropeos (fundamentalmente polacos y checoeslovacos) que combatían en las filas de la RAF a la Luftwaffe alemana, relataba a base de flashbacks, técnica muy de moda en la época, el azaroso romance entre un taciturno pianista polaco, Stefan Radetzky, y una bellísima periodista estadounidense, Carole Peters (la preciosa actriz británica Sally Grey, en el mejor papel de su carrrera), que se conocen accidentalemente durante el bombardeo de Varsovia por la aviación alemana en septiembre de 1939. La joven reportera, atraída por la música que surge de un edificio medio en ruinas, se deja llevar por la curiosidad, que le lleva hasta la sala en la que un atormentado piloto de caza llamado Stefan interpreta esa maravillosa composición ideada para la película que es el 'Concierto de Varsovia'... (no os perdáis el enlace, qué escuela de flemática seducción y fino coqueteo al ritmo del piano) http://www.youtube.com/watch?v=P4cu1vtIVxo Toda una pieza magistral cuya composición pretendía encargar la productora a Sergei Rachmaninoff, pero que, gracias a la negativa del astro ruso, afortunadamente fue a parar a manos de Addinsell. La historia avanza de una manera previsible... durante el bombardeo, los dos protagonistas se enamoran, consiguen escapar de la ciudad con grandes dificultades y huyen a Inglaterra, donde se casan. Una vez allí, 'Steve', como le llama cariñosamente su mujer, informa a ésta de que ha tomado la decisión de alistarse en la RAF y combatir en pro de la liberación de su tierra.

La joven esposa intenta hacerle ver el riesgo que conlleva su decisión, y, sobre todo, la gran pérdida artística que supondría su muerte, y que ese maravilloso 'Concierto de Varsovia' podría perderse para siempre en caso de ser derribado... pero, finalmente, decide sumarse a su lucha y seguirle (un guiño de la productora y las autoridades británicas al inmenso apoyo que los Estados unidos, todavía supuestamente neutrales en esa fase de la guerra anterior al ataque de Pearl Harbor, prestaban a un Imperio Británico contra las cuerdas frente a la triunfante Alemania).

Semejante argumento exigía una actor diferente, distinto a los típicos galanes británicos o las estrellas de Hollywood, que aportara la distinción y sofisticación que se le supone a un pianista y los rasgos propios de los centroeuropeos... La elección, clave para el éxito de la película, no pudo ser más atinada: Anton Walbrook.

Uno de los más elegantes intérpretes de la historia del cine, la imagen de Walbrook está asociada a su (salvo casos excepcionales) característico bigotillo, a un rostro capaz de disimular con acierto sus emociones, a un trato frío y distante cuando la situación lo requiere... Un personaje inquietante, idóneo para un tipo de villano sofisticado tan en boga en el cine de la época, como demuestra su protagonismo en la exitosísima 'Luz de gas', o su fabulosa encarnación del inflexible e inhumano Boris Lermontov que tanto exprimía, en pos de la gloria, a una deliciosa Moira Shearer en esa obra maestra del ballet que es 'Las zapatillas rojas' (fotos dos y tres).
Antes de consagrarse como el paradigma del caballero inquietante, de tintes aristocráticos y atormentada expresión, incapaz de relacionarse con soltura con los demás, Walbrook había gozado de cierto éxito en la Europa cinematográfica de entreguerras interpretando en diferentes países a Miguel Strogoff, personaje que le dio gran fama y popularidad a nivel continental, y la primera versión de 'Viktor und Viktoria', que luego inspiró la comedia homónima dirigida por Blake Edwards. Ese porte de noble centroeuropeo se explica por su origen austrohúngaro, ya que Walbrook, hijo de dos reputados artistas circenses a quienes no quiso seguir sus pasos en el mundo de la farándula, nació en Viena como Adolf Anton Wilhelm Wohlbrück, y de hecho, en los inicios de su triunfal carrera de galán cinematográfico, fue conocido como Adolf Wohlbrück (como se ve en la foto 15 y en el cartel de su versión francesa de Strogoff), aunque pronto, tras su descontento con las autoridades nazis, que lo llevaron a exiliarse a Inglaterra en 1938 cuando disfrutaba de pleno éxito profesional, trocó el Adolf por el Anton. Un actor sensacional, admirable, fino y hoy poco valorado, equivalente en sus planteamientos, físico y manera de actuar a un Ralph Fiennes de su tiempo, y que tanto me fascina ver interpretar. Como anécdota curiosa, en la película, era el propio Walbrook quien tocaba el piano, pues entre sus muchas habilidades se contaba la del dominio de este instrumento, aunque el sonido definitivo fue doblado por Louis Kentner, prestigioso pianista húngaro nacionalizado británico de aquel entonces, que se negó a aparecer acreditado en la película por creer que podría desprestigiarle a los ojos de la crítica especializada, pero que luego reivindicó que se hiciera pública su intervención en el filme tras el arrollador éxito cosechado por el 'Concierto de Varsovia'.
Una pieza que todavía se representa en medio mundo y, cómo no, en las galas musicales esponsorizadas por la propia RAF, como ocurrió en esta ocasión, en que antes de partir a Afganistán, el cabo Adrian Beckwith y la RAF Central Band rindieron homenaje de una forma increíble a tan maravillosa composición... http://www.youtube.com/watch?v=eKkoM0_-wDw
El detalle emotivo es que la gala fue presentada por el recordado Gareth Hunt, compañero de mi idolatrada Joanna Lumley (la de los Gurjas!!!) y Patrick Macnee en 'Los nuevos Vengadores',y fallecido hace un par de años... DISFRUTAD DE ESTA MARAVILLA Y DE LAS IMÁGENES QUE LA ACOMPAÑAN...

miércoles, 28 de octubre de 2009

Cuando un cuadro te lleva a otro...


















































































































































































































































































































































































































































































Me sucede muy a menudo que, a la hora de interesarme por todas aquellas circunstancias que rodean a una obra de arte de ésas que me fascinan, acabe conociendo los entresijos de otras realizaciones magistrales relacionadas de alguna manera con aquella. A veces son creaciones del mismo autor, pero en la mayoría de los casos me lleva a descubrir maravillas inspiradas por las musas a otros artistas igualmente notables, de los que, en muchas ocasiones, ni siquiera tenía noticias, o apenas escasas refrencias...

Esta costumbre tan habitual en mí se ha vuelto a producir recientemente. Como gran admirador y estudioso (en lo artístico y lo histórico) de las tropas de caballería europeas de los siglos XVI al XIX, confieso mi predilección por un cuadro en concreto de los miles de fantásticos lienzos dedicados a este tema, muchos de ellos de origen español. Se trata en concreto de 'Los húsares de la Guardia Real de Prusia afilan sus sables en los escalones de la embajada francesa en Berlín, 1806', obra del fantástico pintor austrohúngaro Felicien Myrbach, Freiherr (barón) von Rheinfeld, uno de los mejores especialistas en temática napoleónica, de la que nos ha brindado escenas tan emotivas como sensacionales... En la obra en cuestión, la que abre el post, retrata con maestría esa chulería intrínseca de una tropa de élite como era la caballería real prusiana, parte de cuyos escogidos jinetes, desafiantes, acuden a afilar sus sables en las piedras de los escalones de la legación francesa, como tétrico vaticinio del destino que espera a las tropas napoleónicas en sus continuos enfrentamientos con las de Prusia...

Buena prueba de la genial maestría de Myrbach la refleja la segunda pintura del post, un bucólico paisaje invernal francés delicadamente reproducido sobrevolado por uno de los primeros globos a motor que recorrieron el país vecino. El disfrutar tanto con sus cuadros, me llevó a interesarme vivamente por la trayectoria artística y personal de este afamado aristócrata pintor, y supe así que, en virtud de sus evidentes méritos, ocupó de 1899 a 1905 el cargo de director de la afamada Kunstgewerbeschule de Viena en uno de los momentos más decisivos, fascinantes e irrepetibles de la Historia del Arte, en particular, y de la Humanidad, en general, el protagonizado por la Secesión vienesa, que Myrbach presidió hasta su abandono en 1905.

Este movimiento artístico, uno de mis favoritos desde siempre por su creatividad, plasticidad y espíritu renovador de las formas, es extrapolable, a nivel europeo, a nuestro rico Modernismo, el sobrecogedor Art Nouveau, el apabullante Modern Art anglosajón, la colorista Floreale italiana o la innovadora Jugendstil germano-escandinava... Cualquiera que haya tenido la ocasión de disfrutar de sus realizaciones en tierras austrohúngaras (en Budapest el movimiento también dejó obras maravillosas) comprenderá mi devoción por esa inmensa explosión de talento vivida en esa añorada y feliz Arcadia, lamentablemente despedazada por la inquina de sus enemigos, que para las artes, las ciencias y el progreso humano en general fue el imperio centroeuropeo de los Habsburgo.

Bajo la tutela del gran Myrbach (que pasó largas temporadas en España y Francia) crecieron como artistas, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, genios de la talla del arquitecto y diseñador checo Josef Hoffmann (inspirado a su vez, por otro de mis genios predilectos de esta época, el escocés Charles Rennie MacKintosh), de su paisano y también diseñador de escenarios y pintor Alfred Roller, del caligrafista italoaustríaco Rudolf von Larisch, el pintor checo Franz Cizek y los diseñadores vieneses Carl Otto Czeschka y Koloman Moser, que acabarían siendo todos profesores en esa misma Escuela de Artes y Oficios Vienesa de la que fueron alumnos. Todos ello son la demostración más palpable de que la Secesión iba mucho más allá de lo que aportaban leyendas de la talla de Gustav Klimt, Egon Schiele, Otto Wagner, Joseph Maria Olbrich u Oscar Kokoschka...

De todos estos artistas formados bajo la égida de Myrbach, me llamó profundamente la atención Kolo Moser, aparte de por ser la única persona famosa que luce semejante nombre además de nuestro ex atleta -hoy político- Colomán Trabado, Moser es un artista completísimo en los más diversos campos, que alcanzó una gran relevancia como diseñador de muebles, lámparas, ropa y cristalería; como escultor y cartelista; como pintor, ceramista y vidriero.
Me parece de justicia reivindicar desde esta humilde atalaya su brillante contribución al espendor cultural europeo de hace un siglo, algunas de cuyas mejores realizaciones os cuelgo para que pinchéis sobre las fotos y flipéis con sus obras en un tamaño óptimo.
Por ejemplo, con dos de sus cuadros más famosos, su autorretrato (imagen 4), que me rechifla, o el famosísimo joven desnudo que protagoniza 'FRÜHLING' (Primavera) , en el que que mezcla con envidiable talento colorido, movimiento, textura y la desvergonzada y provocadora osadía tan características de las vanguardias. Una joya del arte contemporáneo subastada el pasado año por la cifra récord de 375.000 euros con la que consiguió batir el récord anterior pagado por un cuadro de Moser, cifrado en unos 300.000 euros.
Y qué decir de su 'Castaño creciendo en el jardín' (foto 10) y de sus 'Crisantemos' (9), de sus burós, bibliotecas, taburetes y sillas, como la famosa (y maravillosa) silla con asiento en damero para el Santorio de Purkersdorf (foto 5), las lechuzas de la fachada del impresionante edificio de la Secesión erigido por Olbrich (6) , o la espectacular vitrina para la Iglesia de San Leopoldo de Viena (foto 7). A tanto llegó su talento, que sus diseños textiles fueron también elegidos por las autoridades monetarias imperiales para ilustrar un billete de 100 coronas de aquel tiempo. Lo dicho, un artista irrepetible, de cuyas increíbles obras me he empapado, vaya por Dios, gracias a mi afición por las épocas más gloriosas de la caballería europea... A veces sólo basta con tirar del hilo...
Este post está dedicado a mi gran musa del Modernismo, con la que tengo la suerte y el placer de compartir tan increíbles momentos descubriendo a su vera estas y otras maravillas semejantes...