martes, 15 de diciembre de 2009

Qué bueno (es) para los pies cuando hacemos el indio...




















































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































































A los cómodos y flexibles mocasines hay quienes los llaman comúnmente zapatos de caballero, de vestir, castellanos e incluso sebago, haciendo buena la metonimia que identifica a este tipo de calzado de suela dura elaborado con piel o cuero con una de las marcas estadounidenses que más lo ha popularizado en todo el mundo desde que fuera fundada en Nueva Inglaterra (donde existen varios lagos llamados Sebago en diferentes estados próximos entre sí) en 1946 y que, desde entonces, es todo un referente mundial en la zapatería masculina más exquisita junto a marcas como Alden o Allen-Edmonds. Los mocasines hacen furor entre hombres y mujeres no sólo por su confort, sino, fundamentalmente por la increíble versatilidad que ofrecen a sus usuarios.


Como el arroz o la pasta a la hora de cocinar, parecen pegar o quedar bien con todo, aportando, además, a la indumentaria, un innegable toque de elegancia y distinción que viene bien incluso en las situaciones en que apetece o conviene apostar por un aspecto más ‘casual’ o informal, por huir del omnipresente anglicismo.

De los mocasines derivan, asimismo, los náuticos, esos zapatos tan bien adaptados a los ambientes acuáticos y que también parecen combinar con todo en situaciones en las que no predomine la etiqueta en el vestir.

Sin embargo, muy poca gente es consciente de que aquello que los millones de usuarios y usuarias de mocasines que pueblan el mundo llevan enfundado en sus pies responde a un refinado proceso de evolución que se inició en el continente americano, si no más lejos, si nos remontamos a los tiempos prehistóricos y sus períodos de glaciaciones…

Por increíble que parezca, el ejecutivo de Wall Street, el universitario alemán o la top-model serbocroata de turno lucen a diario un diseño original de los nativos de Norteamérica. Y, más en concreto, aquel patrón desarrollado a lo largo de los siglos en las Grandes Praderas y Llanuras más septentrionales del Nuevo Mundo.

En ese escenario, dominado en lo botánico por inmensas extensiones herbáceas y arbustivas, verdadero reino de los bisontes, el lobo, el antilocapra, el coyote y los gallos silvestres, no cabía mejor protección para los pies que unos buenos mocasines de piel de búfalo o ciervo, hábilmente cosidos por las expertas manos de las mujeres de naciones indias que incluyen nombres tan conocidos como el de los Pies Negros, Shoshones, Utes y Paiutes, Comanches, Cheyennes, Kiowas, Pawnees, Omahas, Kansa, Crow, Mandan o la gran confederación de los Lakota/Dakota más conocida a nivel popular como Sioux.

Los mocasines (del termino ‘mäkïsin’ -"calzado"- en lengua algonquian de los indios Powhatan –los de la tribu de la bella Pocahontas- y relacionado con el ‘makizin’ de los Ojibwa, el ‘mokussin’ de los Narragansett y el ‘m,kusun’ de los indios Micmac entre otras tribus) de las Praderas marcan la pauta de los que ahora se elaboran en Elche, Nueva York o cualquier lugar de China, ya que son del tipo de dos piezas, fabricados en torno a la lengüeta central que cubre la zona de los dedos, y que se une al resto con una costura lateral, como en nuestros actuales zapatos… la parte superior de la puntera, para entendernos… Era sobre esta lengüeta que los indios de las llanuras disponían sus decoraciones a base de púas de puercoespín machacadas y teñidas en vivos colores, reemplazadas posteriormente por abalorios de fabricación industrial que obtenían de su comercio con los rostros pálidos.

Estos llamativos mocasines protegían especialmente bien, pero, además, disponían de una suela gruesa y dura de piel sin curtir, para poder pisar por terrenos especialmente agrestes, repletos de vegetación ciertamente punzante, o montañosos en los que los suelos de lava o roca viva podían causar estragos en las plantas de los pies más delicados.

Por el contrario, los mocasines que fabricaban las tribus de los grandes bosques del Noreste pertenecían al tipo definido como de costura central, sin la lengüeta, y realizado generalmente en una pieza de cuero, con suelas blandas para poder pisar cómodamente sobre el lecho de hojas y humus que solía cubrir las grandes extensiones arbóreas de la costa Este y aledaños.

La ligereza y flexibilidad de estos últimos mocasines, permitía portar al menos un par de reserva en cada expedición guerrera o cinegética, aunque también propiciaba que, no sin cierta frecuencia, y una vez agujereados con el uso, tuvieran que ser reparados cosiéndoles trozos de cuero, por lo que los nativos solían llevar siempre encima, en sus zurrones, alguna aguja, hilo a base de tendones y pedazos de piel con los que efectuar el parcheado.

El hecho de que cada tribu tuviera un tipo específico de mocasín, a pesar de las similitudes existentes dentro de cada área cultural en que se distribuían las diferentes naciones indias, permitía a los más avezados y expertos rastreadores identificar la identidad y procedencia de quienes habían dejado estampada la huella de su mocasín en el suelo… algo realmente práctico en caso de conflicto, que permitía precisar si se estaba en peligro o, por contra, esos rastros pertenecían a amigos o aliados. Pero también abría una puerta a la picaresca, y así, no eran pocos los que dejaban huellas, o directamente ‘extraviaban’ a propósito un mocasín de otra nación india para generar confusión entre los rastreadores que les seguían la pista. Todo ello propiciado por la famosa ‘Fila India’, ya que las partidas nativas, para esconder el número de guerreros o cazadores que las componían, solían desplazarse en una sola columna que habitualmente cerraba el guerrero con los pies (o los mocasines) más grandes, evitando así que huellas más pequeñas se superpusieran sobre otras más anchas o largas, ofreciendo así una información vital al enemigo.

Desde que los primeros europeos, franceses e ingleses en su mayoría, ‘descubrieron’ los mocasines a finales del siglo XVI y principios del XVII, se hicieron unos habituales usuarios de los mismos, especialmente aquellos como los exploradores, comerciantes, tramperos y soldados que se las tenían que ver con los nativos en su mismo entorno, para el que tan bien adaptado estaba el calzado indígena. En esa fiebre por el mocasín como zapato práctico y confortable está la explicación de su supervivencia hasta hoy. Inestimable resultó también la Segunda Guerra Mundial, con su nutrido trasiego de tropas estadounidenses hacia tierras europeas, para la popularizaron en Europa de los modernos descendientes de aquellos zapatones de cuero salvaje adornados con abalorios que otrora calzaran los indios y pioneros del Lejano Oeste.

Dentro de los modernos tipos de mocasín destacan dos, el llamado ‘rollito de carne’ (el más común), porque lleva sendas costuras laterales que recuerdan a esos rollos de ternera rellena embridados tan habituales en la gastronomía anglosajona, y los de borlas, adornados en la parte superior de la lengüeta con dos colgantes de cuero que suelen incluir flecos.

Menos habitual son los mocasines con hebilla, que haberlos, haylos, y que no hay que confundir con los zapatos de hebillas, también de cuero, pero más habitualmente de fieltro o terciopelo, cuyo origen, patrón y corte es totalmente europeo. Su nombre en inglés, monkstrap, da la pista, y alude a aquellas sandalias con hebillas que lucían los monjes en sus medievales conventos, de los que derivan el calzado masculino y femenino de la Edad Moderna, incluidas las maravillosas filigranas en forma de chapines con que las mujeres más pudientes adornaban sus pies en las cortes, palacios y grandes mansiones del siglo XVIII o los zapatacos que se confeccionaban en un mismo modelo para ambas zarpas, y que sólo a base de mucho uso, y no pocas ampollas y juanetes, terminaban adaptándose al pie derecho e izquierdo, respectivamente. De hecho, si se contempla la evolución de los zapatos en el Viejo Mundo (de los que os pongo ejemplos a cascoporro), incluyendo Asia, desde las afiladas zapatillitas bajomedievales tan proclives al tropezón al pisarse semejantes puntas al andar, los botines vikingos, las pantuflas de los emperadores y Papas, los hebillados borceguíes de mosqueteros y corsarios o las babuchas más rutilantes, no existe nada ni remotamente parecido en su patrón al mocasín, confirmando su original procedencia norteamericana.

Tampoco tiene nada que ver con ellos los tan de moda slippers, zapatillas de andar por casa de los lores británicos, últimamente ascendidas a la categoría de auténticos protagonistas visuales de cualquier acto social de cierto postín.

Pero para mocasín antiguo, este cuya imagen abre el post y que fue reconstruido a base de fragmentos de piel, que perteneció a los indios Beothuk, nativos indígenas de Terranova ya extinguidos que, según la leyenda, compartieron algo más que el espacio físico con los colonos vikingos que llegaron hasta esas tierras, de ahí que se cite la existencia de algunos de sus miembros que lucían unos ojazos azules y la rubicunda pelambrera propios de los navegantes escandinavos.

Mocasín es también el nombre de unas llamativas plantas, de las que os pongo un par de ejemplos, cuyos coloridos pétalos en rosa o amarillo recuerdan a un pequeño zapatito indio, y, asimismo, el de unas venenosas serpientes, conocidas genéricamente como mocasines, aunque no está nada clara su relación, ni siquiera etimológica, con los zapatacos indios a los que este post rinde cumplido homenaje.



Así que, aunque sea para los pies, ¡qúe bueno resulta a veces hacer el indio!