lunes, 27 de diciembre de 2010

Sylva Koscina, la más bella espía de andar por casa












































































































































































































































































































































































































































































































Creo firmemente en que aquellos que tenemos al cine entre nuestras más intensas pasiones, guardamos en algún rinconcico de nuestra memoria, y también de nuestro corazón, aquel momento sublime de nuestra infancia en que dimos ese decisivo paso adelante por querer saber más, por conocer la identidad de ese actor o esa actriz que tanto nos gustaba y a quien deseábamos poner un nombre para poderle admirar como se merecía.

En mi caso fueron muchos y muchas, desde directores o músicos hasta actores y actrices, sin olvidarme de los animales, que uno creció rodeado de películas y telefilmes protagonizados por perros (Rin-Tin-Tin y Lassie, por no hablar del taciturno Niebla o el cariñoso Patrás), caballos (Furia, Silver o Trigger... a Mr Ed lo conocí años después...), una mula (Francis), delfines (Flipper, reemplazado en el imaginario de las jóvenes generaciones por la orca Willy), leones (la maravillosa Elsa de 'Nacida libre' http://www.youtube.com/watch?v=ISWOrI0WaLs) e incluso canguros (Skippy)... Entre esas estrellas cuyo cegador relumbrón despertó un gran interés desde mis primeras aproximaciones al mundo del cine está una guapísima intérprete europea -entonces me dijeron mis familiares más cinéfilos que era italiana, aunque su verdadera procedencia resulta de lo más interesante-, antaño conocidísima y hoy prácticamente olvidada a nivel popular salvo para la gente de cierta edad aficionada al cine cutre de romanos -el llamado peplum-, y que respondía, según me dijeron entonces mis mayores, al nombre de Silvia (sic) Koscina (léase y dígase Kóschina, aunque yo creo que aquí lo castellanizaron para 'evitar malentendidos' con su apellido... y más tratándose de una belleza tan sugestiva)...

Dicen que de las mezclas de muchas procedencias salen bellezas únicas, aserto con el que estoy bastante de acuerdo, y la preciosa Sylva es el verdadero paradigma del dicho. Nacida Sylva Koskinon, hija de griego y polaca, en la ciudad croata -entonces yugoslava- de Zagreb, la antigua Agram austrohúngara, el mismo año que Hitler llegó al poder en Alemania, la bella moza se trasladó con apenas 12 años recién cumplidos a Italia (estuvo por Bérgamo, Brescia, Ancona...) con su familia durante la Segunda Guerra Mundial, país en el que vivía el marido de su hermana, donde buscaron refugio ante el violento caos partisano que azotaba al joven reino eslavo ocupado por los nazis. La joven Sylva pronto destacó en matemáticas y física en el instituto, aunque su sensual y elegante belleza no pasaba desapercibida y fue reconocida con títulos de certámenes menores de belleza. Mientras estudiaba la carrera de Física en la universidad de Nápoles, fue elegida Miss da Tappa (Guapa de la Etapa) del Giro de 1954, la chica mona de 21 años que entregaba el ramo al vencedor de la carrera disputada por las calles de su ciudad...en esa ocasión, el gran corredor belga Rik Van Steenbergen, gran corredor de clásicas y triple campeón del mundo, que ganó esa sexta etapa del Giro de 1954 tras recorrer los 279 km que separan Bari de Nápoles. La imagen de un juvenil y bellísima Sylva besando en la mejilla al astro belga de la bici dio la vuelta a Italia y concitó la atención de los grandes productores cinematográficos, que nutrían la nómina de estrellas de sus estudios a partir de los muchos concursos de belleza que proliferaban esos años por la península italiana. Para entonces ya comenzaba a ser una cotizada modelo publicitaria y Carlo Ponti la añadió a su nómina de jóvenes bellezas, aunque al marchar a Hollywood con su esposa Sophia Loren, la dejó en la estacada, abandonada a su suerte.

Tras un debut intrascendente junto a Totò en 'Siamo uomini o caporali?', donde apenas tuvo un papelito, fue elegida por el controvertido director Pietro Germi -quien la recordaba de las portadas con motivo de su aprición en el Giro- para protagonizar una de las pequeñas joyas del neorrealismo, 'El ferroviario', donde interpretó a la descarriada hija del atribulado protagonista; un trabajo por el que recibió las mejores críticas. A los 22 años, Silva Koscina (su nombre artístico de entonces, con i latina en el de pila) ya era toda una estrella del cine italiano.

Pero lo que verdaderamente consagraría a nivel popular a esta belleza de cabellera castaña a la que el rubio también le sentaba de perlas, serían sus películas de la serie del Hércules protagonizado por ese carismático a la par que hierático Mr. Universo que fuera el malogrado Steve Reeves, tan querido en las pantallas españolas de los cines de verano y nuestras sesiones de tarde televisivas en el último medio siglo y que tras debutar sin frase haciendo de cahcas del equipo olímpico USA en 'Los caballeros las prefieren rubias', se estrenó en el cine dirigido por el mismísimo ¡ED WOOD! En esos entretenidos aunque tremendamente pueriles peplums que hasta triunfaron en Estados Unidos (sin duda, por la nacionalidad del protagonista) Sylva, siete años más joven que el megamazas estadounidense, era la rubísima Iole, hija del rey Pelías de Yolco (en la mitología griega, Iole era hija de Éurito, rey de Ecalia). 'Hércules' y su secuela 'Hércules y la Reina de Lidia' o 'Hércules encadenado', que de las dos maneras se llamó en España, pusieron a Sylva, como era de esperar, en el Olimpo fílmico internacional, aunque un año antes ya había interpretado, gracias a sus atractivos rasgos eslavos, a la pérfida y bellísima tártara Sangarra en aquel entrañable 'Miguel Strogoff' de lujosa serie B protagonizado por Curd/Kurt Jürgens al frente de una superproducción de lo más variopinta en su reparto.


Después de sus aventuras por la Antigüedad Clásica, la buena de Sylva inició una prolífica carrera en los tres géneros que más habrían de definir su carrera: las comedietas románticas no exentas de pícara provocación, en las que se movía como pez en el agua; el cine de aventuras y acción más genérico, desde los mosqueteros a los gangsters pasando por pelis de terror algo cutrecillas o historias de monjas, en las que siempre ponía un contrapunto elegante y diferente al de las estrellas al uso de Hollywood; y las películas de espías más en particular, como las dos que rodó en compañía de la bella alemana Elke Sommer, otra grande de la época, con la que inaugura el post junto al sudafricano Nigel Green en una imagen de 'Más peligrosas que los hombres'... Con el tiempo, la prolífica carrera de la Koscina fue derivando hacia el subproducto puro y duro, muchos de ellos de coproducción española, que le dieron la ocasión de trabajar con galanes de la talla de Alfredo Landa, Espartaco Santoni o Pepe Sacristán, entre otros, terminando por desembocar, a pesar de su proverbial timidez, en el llamado 'destape', películas eróticas de muy baja estofa en las que lucía buena parte de su espléndida anatomía, entre ellos el que entonces era considerado "el pecho más perfecto y elegante" del cine italiano...


Sin embargo, también acumuló un puñado de excelentes películas como esa 'Giulietta de los espíritus' de Fellini; la inclasificable 'Estambul 65' de Antonio Isasi-Isasmendi, en la que encarnó a la tremenda agente Kenny del FBI; 'La batalla del río Neretva' sobre el afamado combate acontecido entre nazis y partisanos de Tito en su Yugoslavia natal, donde lució de lo más sensual junto a guaperas de la talla de Franco Nero, Hardy Krüger y Yul Brynner o ilustres veteranos como Orson Welles y su ex-compañero de aventuras siberianas Curd Jürgens ; y unos cuantos títulos con grandes de Hollywood y Europa como Kirk Douglas, Dirk Bogarde (foto 10, juntos en 'Demasiado cálido para junio'), Stewart Granger, Jean Paul Belmondo, Stephen Boyd, Horst Buchholz, Telly Savallas, Tony Curtis, Vittorio Gassman, Roger Moore, Rock Hudson y, sobre todo, su memorable y tórrido dueto romántico con Paul Newman en 'Comando secreto' (foto 29), interesante peli de espías ambientada en la Italia de la Segunda Guerra Mundial. Entre las muchas bellezas femeninas con las que compartió pantalla, destacan Monica Vitti, Honor Blackman, Catherine Spaak, , Romina Power, Claudine Auger, Maria Rhom o Marisa Berenson, entre otras. Y encima, recién cumplidos los 30 años estuvo en un tris de hacerse con el codiciado papel de esa inolvidable Tatiana Romanova que compartía mil y una peripecias románticas y mortíferos asuntos de espionaje con James Bond en 'Desde Rusia con amor', aunque finalmente se decantaron por otra italiana, la no menos bellísima Daniela Bianchi... http://www.archivo007.com/Images/daniela2.jpg

Fueron años en que Sylva, con fama de ser algo tacaña (cualidad que aseguran es muy común entre los que fueron niños exiliados durante una guerra, como fue su caso) y con un privilegiado don para los números, como hemos visto, no paró de hacer películas y acumuló un respetable patrimonio que invirtió en una fastuosa villa en el distinguido barrio de Marino de Roma, que decoró con otras de sus pasiones, innumerables obras de arte y no pocos muebles del siglo XVI. Sin embargo, los cada vez más menguantes ingresos de su irregular carrera profesional provocaron que, debido a sus deudas con el fisco, tuviera que desprenderse en 1976 de su querida morada. De todas maneras, la lujosa casa parecía albergar algún mal fario, ya que mientras la actriz rodaba en Sudáfrica, el guardés de la finca, presa de la enajenación, asesinó a tres personas...

En lo personal tampoco le fueron mejor las cosas. Una de las mujeres más deseadas del cine europeo dado sus verdes ojazos, su aristocrático porte, su delicada manera de hablar y su forma de moverse, digna de una espigada modelo de pasarela -no en vano su estatura era de 1'79 m y sus medidas se ajustaban a unos espectaculares 99-69-94)-, no tenía especial buen tino para elegir pareja. Más bien al contrario; se empeñaba en redimir a personajes que no dudaban en anteponer sus propios egoísmos a la relación sentimental con la actriz, que encima solía mantener en la práctica a estos frescantes.

Probablemente el hombre de su vida, para bien y para mal, fuera Raimondo Castelli, hombre casado con el que a sus 27 años inició una relación que habría de durar otros once. No todo fue feliz en su relación amorosa con el pequeño productor de la legendaria Minerva Films, al que su esposa Marinella, como buena católica y amparándose en la legislación italiana de la época, le negaba sistemáticamente el divorcio, por lo que, tras la secreta boda de la pareja en México, no reconocida en el país transalpino, Castelli fue acusado de bígamo ante la justicia. Finalmente, se divorciaron en 1971, poniendo de manifiesto el fracaso de una relación marcada por sonoras broncas e indiscretas peleas en medio de los rodajes, muchas de ellas motivadas por el carácter algo histérico y un tanto egocéntrico de la diva, según quienes trabajaron a su lado, como testimonia el puñetazo que le endilgó en toda la mandíbula Laurence Harvey, su partenaire en 'El último romano', una peli de 1969 en torno al Imperio Bizantino de Justiniano y que tuvo que detener el rodaje hasta que el rostro de la actriz, que interpretaba a la emperatriz Teodora, volviera a estar en condiciones.

Sylva también rompió barreras a mediados de los sesenta con su posado, el primero de una estrella de cien italiana, para la edición americana de 'Playboy', con unas fotos del reputado Angelo Frontoni rebosantes de elegancia en las que mostraba al aire sus cotizados senos. Además, fue imagen publicitaria de marcas muy conocidas en Italia, como la famosa grappa Julia, y protagonizó no pocos anuncios y portadas de revistas europeas, entre ellas las de 'Hola!', dada su gran popularidad en nuestro país, donde cada vez rodaba más películas, aunque no pasarán a la historia del cine por su calidad. También presentó programas televisivos en la RAI que cosecharon mucho éxito, incluso se atrevió con el festival de San Remo http://www.metacafe.com/watch/yt-3cHAdarzJRE/mike_bongiorno_paolo_villaggio_sylva_koscina_festival_san_remo_1972/, y fue una habitual de los teatros en los que representó con solvencia todos los géneros. Es, asimismo, muy recordada, por sus puestas en escena de las populares sceneggiattas napolitanas, un género teatral muy de la Campania, y que consiste en representar una obra de teatro con canciones y bailes en la que todo gira en torno a una única canción muy conocida y su letra. Quién sea un asiduo de las principales cadenas televisivas italianas reconocerá inmediatamente este (insoportable) género escénico.

Polémicos fueron también sus dos desnudos integrales, en dos coproducciones internacionales, verdaderos bodrios, de las que no quedó nada satisfecha, como fueron 'El diablo se lleva a los muertos' (con Telly Savallas y el inimitable Espartaco Santoni), y 'L'assoluto naturale', peliculeja de Mauro Bolognini donde compartía escenas de lo más erótico con el ínclito Laurence Harvey, y en la que se sintió engañada por el director una vez visto en qué desembocó todo aquello, y eso que de mojigata no tenía ni un pelo; no cabe duda alguna, pues, que los máximos atractivos del filme eran la sugerente lección de anatomía en su máxima expresión de la señorita Koscina y la banda sonora compuesta por el gran Ennio Morricone para la ocasión...

Esa condición de señora estupendísima en plena madurez la ratificó posando desnuda a los 42 años para la edición italiana de 'Playboy'. De nuevo unas fotos elegantes, sexys y muy sugerentes que tuvieron menos repercusión de la alcanzada por las de años atrás dado el gran cambio de hábitos y costumbres de la sociedad italiana, mucho más abierta, y por la creciente proliferación a comienzos de los setenta del cine pseudopornográfico, erótico y de destape en las carteleras europeas...

En su última etapa profesional, sumida ya en una lenta pero inexorable decadencia, hacía pequeños papeles en películas y series de televisión, e incluso en los años ochenta, ya en la cincuentena, llegó a interpretar cada noche en un teatro romano una obra en la que debía desnudarse ante el público, y lo hacía sin el menor complejo, demostrando de sobra que la que tuvo, retuvo...

Como un cruelísimo guiño del destino, la muerte nos arrebató precozmente a Sylva de la manera más terrible, tras diagnosticársele un cáncer de pecho, a ella, la que había sido considerada el mejor y más sensual escote de toda Italia. Nada más conocer su mal, acudió con mucha valentía a los medios de comunicación para dar testimonio de que, a pesar de todo, nunca hay que arrojar la toalla en la lucha contra esta implacable enfermedad. Tenía sólo 61 años cuando la muerte se la llevó en este mismo mes hace 16 años, el 26 de diciembre de 1994...

No he encontrado mejor homenaje a tan estupenda señora y sugestiva actriz, cuya mera contemplación me transporta ipso facto a los tiempos de mi infancia y juventud, que este tributo colgado en el youtube al ritmo de la fabulosa versión que el Tigre de Gales hizo de ese 'Let it Be' con el que los Beatles pusieron punto final a su inigualable carrera como grupo... http://www.youtube.com/watch?v=OWRlXZ5juvU&feature=related

Vaya por tus preciosos ojos verdes, querida y admirada Sylva...

sábado, 25 de diciembre de 2010

La Parte por el Todo VIII











A pesar de lo que piensen los más escépticos, y teniendo en cuenta que vivimos días de fraternal concordia, les ofrezco una edición bastante asequible de la Parte por el Todo, llevado también por mi pasión por los dos autores protagonistas del acertijo a partir de esta famosa imagen: El Príncipe Valiente, tras derrotar a los hunos de Atila, entra en triunfo en la ciudad que acaba de salvar (no os digo el nombre porque la cazáis al vuelo), flanqueado por Sir Gawain y su amigo Tristán, el permanente enamorado de la bella Isolda... fascinante viñeta directamente inspirada en un conocidísimo y espectacular cuadro de un no menos afamado pintor, del que os pido la obra y el nombre... está chupao... Merry Christmas, familia!!!

POST SCRIPTUM:

Enhorabuena de nuevo a Nictea por acertar la parte que define este todo. En efecto, es 'Primavera' el fascinante cuadro del genial angloholandés Lawrence Alma-Tadema el que inspiró la evocadora viñeta de Hal Foster para la triunfal entrada del Príncipe Valiente y de sus dos legendarios amigos en la ciudad de Pandaris tras derrotar a los hunos a sus puertas y salvar la villa de tan terrible amenaza...

Los cuadros que he empleado como pistas ('Escultores romanos' y 'Las rosas de Heliogábalo') lo fueron por estar entre mi cuadros predilectos de la sugerente producción del artista. Especialmente este segundo, donde refleja, con cautivador refinamiento, el supuesto intento, a cargo del jovencísimo y malogrado emperador, de asesinar a sus invitados mediante verdaderas lluvias de ardientes y rutilantes rosas....

jueves, 16 de diciembre de 2010

Llanto por Blake Edwards, el último de los más grandes





























Todos tenemos estos días uno o varios genios del arte de los que llorar su desaparición. Algunos eran ya muy mayores, otros se encontraban en la cúspide de su carrera, y aún podrían habernos ofrecido nuevas páginas gloriosas de sus carreras. Pero llega el fin, el trompazo con la dura realidad, el vacío por el ser querido y admirado en la distancia, que tan feliz nos hizo sin imaginárselo siquiera.
Hoy me siento huérfano de muchas cosas, hueco en parte de mi alma; triste en el más amplio y áspero sentido del término. Desde hoy, siento que me falta un pedacito de mi vida. Ése tan pequeño pero tan importante que iluminaba Blake Edwards con su talento, con su concepción increíble del cine, tan asociada a un Hollywood, a una América, a una forma de comportarnos y relacionarnos en sociedad que ya nunca más volverá. Con él se va un buen trozo de aquellos inolvidables momentos en los que soñé con ser 'el amigo Fred', en escribir algún día con la valiente osadía y el talento apasionado de Paul Varjak, de acunar en mis brazos a una temblorosa y desconsolada Holly, chorreante de lluvia y lágrimas a partes iguales, al ritmo de la inolvidable banda sonora de la que es la película de mi vida, que él filmó puro en ristre, como en la foto del rodaje, tras vetar a la mismísima Marilyn e imponer a Audrey Hepburn como la musa que habría de hacernos creer a todos que, en el cine, los milagros son posibles.
Porque también quise conocer a ese increíble Hrundi V. Bakshi al que encarnó deliciosa y delirantemente el gran Peter Sellers, bañar en el estanque del chlaetaco hollywoodiense a una cría de elefante con toneladas de detergente, o cantar 'Nothing to lose' http://www.youtube.com/watch?v=cak9bZpn4uQ al unísono con la bella Michelle en el guateque más memorable cuya mera mención todavía sobresalta a Beverly Hills.
Y no es justo dejarse a la Pantera Rosa y su despistado Clouseau, a la sensual tripulación del único submarino que hizo la guerra al Japón pintado de rosa, a dramas, misterios y comedias sin fin protagonizados por los más grandes actores y actrices que uno pueda recordar.
Antes le precedió en la despedida su alter ego musical, el otro genio de esa ecuación perfecta que eran sus películas... Ese Henry Mancini que le espera allí arriba tarareando la misma melodía maravillosa a cuyo ritmo entró en mi vida la mujer más increíble que uno pueda soñar... además de Holly Golightly, claro... http://www.youtube.com/watch?v=BOByH_iOn88

viernes, 3 de diciembre de 2010

Historia de una arenga









































































































































Viajemos mentalmente a la Europa de 1757 en tal mes como el de los corrientes. Medio mundo está pringado en lo que Winston Churchill definió como "la Primera Guerra Mundial de la Historia": la Guerra de los Siete Años, que había comenzado tres años antes en los bosques norteamericanos que abrigaban al río Ohio por una escaramuza a tiros de mosquete entre virginanos y franceses, por causa de la poca cabeza de un coronel de milicias veinteañero llamado George Washington. Conflicto que, de 1756 a 1763, iba a alterar definitivamente el orden político europeo; es decir, el del mundo desarrollado de entonces. Entre las preeminentes figuras del conflicto, brillaba con la luz de un astro rey quien estaba llamado a pasar a la posteridad como uno de los mayores genios militares de todos los tiempos y, sin duda, en palabras del mismísmo Napoleón, "el más grande de su época": Friedrich/Federico Hohenzollern, rey de Prusia y príncipe elector de Brandemburgo a un tiempo, Federico II de Prusia y IV de Brandemburgo para los chambelanes de las casas reales y principados europeos, Federico el Grande para la Historia.

Personaje tan fascinante como contradictorio, el joven Federico tuvo claro desde muy joven que no quería seguir con las veleidades castrenses de su padre Federico Guillermo I, apodado 'El Rey Sargento', quien había forjado el mejor ejército de todo el mundo de acuerdo a la calidad y contundencia física, entrenamiento, disciplina y armamento de sus tropas, a pesar de su reducido tamaño. Al contrario, el adolescente príncipe se veía más atraido por la filosofía, la literatura francesa (la lengua oficial de la corte prusiana era el francés, considerado un símbolo de distinción cultural frente a la lengua alemana, asociada a las clases humildes, y Federico se apañaba mejor en ésta última que en alemán, ya que él y su hermana Guillermina sólo hablaban en francés con su madre, a pesar de la condición de princesa germana de ésta) o el ansia de conocimientos y saberes que promovía la Ilustración, con cuyas principales figuras, entre ellas Voltaire o D'Alambert, se carteaba y llegó a mantener una gran amistad personal, tras ser invitados a su corte.

De aspecto agraciado, aunque de constitución flaca y débil, y con una voz más nasal que varonil, era un obsesivo de la limpieza, la higiene y el vestir elegante. Su condición de homosexual declarado, a pesar de un par de affaires con mujeres durante su adolescencia, encendía las iras de su intolerante y nada sofisticado padre, quien no perdía ocasión de humillarlo públicamente ante las tropas del ejército, creyendo que así "entraría en vereda". Tras un fracasado intento de huída a Inglaterra, donde reinaba desde 1714 como Jorge I su abuelo -el príncipe elector de Hannover-, en compañía de su amante, el teniente Hans Hermann von Katte, 8 años mayor que él, Federico fue encarcelado en el castillo de Kuestrin durante dos años, en los que fue desposeido de su condición de príncipe heredero.


Tras ser obligado a asisitir a la decapitación de Von Katte (al que en el último momento pidió perdón tras arrojarle un beso desde la ventana de su celda, al que respondió Von Katte con un emotivo "no hay nada que perdonar; muero por vos con alegría en mi corazón"), la mentalidad del frágil y delicado príncipe cambió de manera decisiva, llegando incluso a casarse con la princesa Isabel Cristina de Brunswick-Bevern (a la que, en la práctica, no tocó ni un pelo durante sus años de matrimonio, y a la sólo vería una vez al año en cuanto accediera al trono en 1740) para mantener las apariencias y recuperar su derecho a reinar. Asimismo, volcó todas sus fuerzas y afanes en su faceta cultural, su pasión por la masonería (de la que era un destacado dirigente a nivel mundial a partir de su ingreso en 1738) y, sobre todo, en potenciar su ejército como el mejor instrumento político posible para acrecentar los fragmentados territorios y la influencia de su reino, encajonado entre las tres grandes potencias continentales de su tiempo: Francia, Rusia y el Imperio Austrohúngaro.

De hecho, Federico accedió al trono, al igual que su padre bajo la fórmula de 'Rey en Prusia', y sólo tras sus proezas militares contra los austríacos y la apropiación en 1744 -aprovechando con presteza un vacío en la cuestión sucesoria- de Frisia Oriental, se haría llamar desde entonces formalmente 'Rey de Prusia'.

Quién le iba a decir cuando era un joven príncipe díscolo tan alérgico a los asuntos militares, que ese 4 de diciembre de 1757 habría de llegar al frente de 10.000 de sus estupendos soldados a las proximidades de la villa de Leuthen, también conocida entonces como Lissa y actual Lutynia polaca, en la Baja Silesia. Un territorio rico en recursos minerales y agrícolas, y muy codiciado a causa de su boyante industria textil, esa Silesia que, con su estupenda capital de Breslau (la actual Wroclaw, tan llena de universitarios murcianicos gracias al programa Erasmus), había sido arrebatada a los austriacos por un treintañero Federico en 1745, durante la Guerra de Sucesión Austríaca (1740-1748) que puso a la carismática María Teresa, a sus juveniles 23 años y gracias al caballeroso y entregado apoyo de los aristócratas húngaros, en el trono vienés.

Entonces, Prusia era fiel aliada de Francia, pues ambos países tenían tradicionalmente en la Casa de Austria a su mayor enemigo. Sin embargo, durante la Guerra de los Siete Años, Federico había asumido una arriesgada apuesta que, con el tiempo y no poca fortuna, terminó por darle la razón. Decidido a obtener el máximo posible de territorios, acordó mediante el secreto Tratado de Westminster (firmado en 1755 a espaldas del resto de potencias) unir su destino al del poderoso príncipe elector de Hannover, que, no es casualidad, también era el vigente rey de Inglaterra, su tío Jorge II, un rudo alemán al frente del cada vez más ambicioso y potente Imperio Británico, permanentemente enredado en rivalidades y conflictos coloniales de índole territorial y comercial con Francia y España, potencias que estaban unidas entonces por un muy vinculante Pacto de Familia entre estas dos ramas de la monarquía borbónica.

Optar por Hannover era hacerlo por Inglaterra, y también por el oro que en cantidades ingentes era desviado desde el Tesoro Británico hacia Prusia para que Federico II pudiera tener su ejército listo para cuando la situación lo demandase. La oportunidad llegó con el estallido de la Guerra, que invirtió el tradicional orden de alianzas en toda Europa en lo que dio en llamarse, según los historiadores, la Revolución Diplomática, y que forjó dos bandos cuyos miembros jamás habían combatido antes juntos. Por un lado, Hannover-Reino Unido, algunos pequeños principados alemanes y Prusia. Por otro, Sajonia, Suecia, Rusia, Francia y...¡quién lo iba a decir!... Austria-Hungría, la tradicional enemiga a muerte del país galo, pues los tres grandes imperios veían al flacucho e intrigante Federico II como su principal amenaza. España, de momento, prefirió mantenerse neutral dada su poca preparación y la falta de recursos necesarios para poder embarcarse entonces en la guerra; ya lo haría años más tarde en el momento más inadecuado y con calamitosas consecuencias en el infausto estreno de Carlos III como soberano.

El caso es que, tras más de tres años de conflicto, en los que las tropas prusianas habían demostrado, ante ejércitos muy superiores en efectivos y pertrechos, sus buenas cualidades logrando importantes victorias, Federico había visto cómo los austríacos, poniendo toda la carne en el asador, le acababan de reconquistar Silesia. El 22 de noviembre, un poderoso y bien entrenado ejército de más de 84.000 hombres al mando del príncipe Carlos Alejandro de Lorena, cuñado por partida doble de la reina María Teresa (estaba casado con la hermana pequeña de la soberana, de la que su hermano Francisco de Lorena era, asimismo, marido) había arremetido contra las tropas prusianas cercanas a Breslau, unos 30.000 hombres comandados por Augusto Guillermo de Brunswick-Bevern, quien, derrotado, sería capturado poco después y padecería cautiverio durante un año en manos austriacas, tras perder unos 6.000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros, por 5.000 de los austriacos. La ciudad de Breslau capituló tres días después, el 25.

Parecía el golpe definitivo y letal contra aquel que toda Europa, profundamente admirada, conocía ya como el 'Rey Soldado'. Pero Federico era mucho Federico. Acababa de obtener el 5 de noviembre una decisiva victoria contra los francoaustriacos en Rossbach, en la Sajonia prusiana, donde, con apenas 22.000 hombres y 79 cañones había derrotado al ejército aliado de 30.000 franceses y 11.000 austríacos artillado con 45 cañones. El enemigo había fracasado por poco en su audaz intento de atacar por sorpresa el flanco del campamento de Federico, mientras una ligera pantalla de tropas dispuesta enfrente del grueso del ejército prusiano distraía la atención de éste. Una maniobra tan brillantemente concebida como difícil de llevar a la práctica si no se contaba con un ejército perfectamente entrenado. Y ése entonces no era el de los aliados, sino el prusiano.

Apoyado en su competente general de caballería, Federico Guillermo von Seydlitz http://en.wikipedia.org/wiki/Friedrich_Wilhelm_von_Seydlitz, héroe de las victorias en Praga y Kolin, ordenó un ataque general que sorprendió a medio desplegar a las tropas enemigas. Los jinetes prusianos desbandaron a los enemigos y, tras ponerles en fuga, cargó contra la infantería aliada a la par que sus fusileros y granaderos le cerraban el paso. Al final, a costa de perder sólo 500 hombres, Federico el Grande había provocado 5.000 bajas y capturado otros 5.000 hombres a sus enemigos, quienes emprendieron una veloz huída sumidos en la desconfianza y la cizaña entre ambas partes.

Tras esta nueva proeza en la que había derrotado a un ejército el doble de numeroso que el suyo, Federico tomó a lo más selecto y granado de su tropas, unos 13.000 hombres, y partió a toda velocidad rumbo a Silesia, distante a unas 170 millas, que el ejército prusiano cubrió a toda marcha en el increíble plazo, para la época, de sólo 12 días, algo totalmente inconcebible para sus enemigos. Consciente de lo mucho que se jugaba, el 28 de noviembre redactó de manera escueta y clarividente su testamento, que envió a su primer ministro, el taimado conde Carlos Guillermo Finck von Finckestein, en el que se estipulaba secretamente lo siguiente:

“He dado las órdenes a mis generales en lo referente a todos los asuntos que deben acometerse tras la batalla, ya sea la fortuna de la misma buena o mala. Del resto, en lo que atañe a mí mismo, deseo ser enterrado en Sans Souci [literalmente, 'Sin preocupaciones' en francés, el impresionante palacio rococó construido en 1745-1747 en Potsdam por Georg von Knobelsdorff para reemplazar a Dresde como residencia de la corte real y que era su residencia favorita http://es.wikipedia.org/wiki/Palacio_de_Sanssouci] , sin pompas ni honores, y de noche. Deseo que mi cuerpo no yazca en una capilla ardiente, sino que debería ser llevado allí sin ceremonias y enterrado por la noche.

En cuanto a los asuntos públicos, la primera cosa debería ser dictar la orden a todos los oficiales al mando para que juren fidelidad a mi hermano [Federico Enrique Luis]. Si la batalla se gana, mi hermano deberá, a pesar de todo, enviar un emisario a Francia a llevar las nuevas y, al mismo tiempo, negociar los términos de la paz, con plenos poderes. Mi última voluntad tendrá que ser cumplida, pero ya liberé a mi hermano de todas las obligaciones económicas de la misma, porque la desolada condición de sus finanzas le haría imposible satisfacerlas. Le encomiendo a mis ayudas de campo, especialmente a Wobersnow, Krusemark, Oppen y Lentulus. Esto último debe tomarse como un testamento militar. Encomiendo toda mi Casa a su cuidado”. FEDERICO

Tras llegar a las inmediaciones de Leuthen, unificó su contingente con los restos del ejército derrotado en Breslau, que incluía nuevos reclutas inexpertos y tropas de guarnición, de menor valor militar, a los que galvanizó con su mera presencia, tan carismática para todos sus soldados.

La suerte estaba echada, y ese 4 de diciembre, 36.000 fieros prusianos ansiosos de revancha, se encaminaban a hacer frente a más de 76.000 confiados austríacos, ignorantes de la que se les venía encima.

Se enfrentaban, por un lado, 48 batallones de infantería, 128 escuadrones de caballería y 167 cañones prusianos frente a 84 batallones de infantería, 144 escuadrones de caballería y 210 cañones austriacos. En cuestión de artillería, Federico habría de contar con una ventaja que, a la larga, resultaría decisiva en la batalla. Fiel a su costumbre, añadió a su tren artillero todos los cañones que pudo desarmar de aquellas fortalezas por las que pasaba. De la de Glogau tomó 10 piezas de 12 libras, las más poderosas de ambos ejércitos, y que sembrarían de muerte y destrucción las filas austríacas en el momento más decisivo.

Curioso resultaba también lo de los artilleros de Federico, en su gran mayoría prusianos, y para los que, frente a la costumbre habitual de la época, solía reclutarse poca gente para servir en ella de los mismos lugares en los que se desarrollaban las campañas. El requisito incuestionable era que todos fueran protestantes, prohibiéndose expresamente a los católicos servir como artilleros de Prusia.

Federico era ciegamente seguido por sus soldados no sólo por su carisma, sus inigualables dones para la estrategia y la táctica o su compromiso de compartir en campaña las mismas condiciones que sus soldados, sino, sobre todo, por dirigirles en persona, siempre al frente de su ejército y de sus jinetes, aunque no era tan loco y estúpido de encabezar él mismo los ataques, sino que, desde una posición tan privilegiada como expuesta, dirigía a sus tropas con la maestría con que el ajedrecista desplaza sus piezas por el tablero hasta el jaque mate final. De ahí que redactara su testamento, en previsión del peor desenlace dado su obcecación por acompañar a sus soldados en la línea de fuego.

Consciente de que el enemigo estaba desplegado en un frente de unas cuatro millas en torno a Leuthen/Lissa y fuertemente atrincherado, decidió aplicar contra sus adversarios la misma táctica geneial que él había sufrido en su contra apenas unas semanas antes en Rossbach: una tenue cortina de caballería se situaría frente a la líea enemiga para fijarla y hacerle creer que allí se encontraba el grueso del ejército de Federico, mientras que éste, al frente de sus tropas, ordenaría un ataque general de la infantería sobre el flanco izquierdo austríaco, confiando en que éste se desmoronase ante una acometida tan superior en número y que su desbandada contagiara al resto del ejército austrohúngaro. Ni más ni menos que la misma táctica, la carga en orden oblicuo, que alplicó con gran éxito el general tebano Epaminondas para destrozar en la batalla de Leuctra (371 a.C.) a la hasta entonces invencible falange espartana, como ya vimos en este blog http://horapensar.blogspot.com/2010/07/san-iker-sara-y-el-poder-del-amor-como.html.

Más de 2.000 años después, otro genio militar, también homosexual como Epaminondas, se lo jugaba todo con la misma táctica que hizo inmortal al general tebano. Es probable que una personalidad tan cultivada como Federico recordara entonces el triste final de su alter ego heleno, muerto mientras conseguía un resonante triunfo en Mantinea, y cómo el bravo estratega griego había sido enterrado junto a su amante Capisdoros, también caído en el campo de batalla ese aciago día. Un hermoso acto de amor que Federico tal vez soñara en algún momento poder repetir en compañía de su añorado Von Katte, pero que le estaba vedado por su condición de monarca.

Fue entonces, en uno de esos momentos decisivos en los que el destino forja naciones y fronteras, aniquila y engrandece pueblos, o escribe a sangre y fuego tremendas historias que narrar durante generaciones, en que el rey de Prusia paso a la Historia merced a una arenga que entonces, y aún hoy, está considerada como uno de los discursos más sinceros y trascendentes pronunciados nunca por un rey en un campo de batalla, y que, a diferencia del genialmente imaginado por Shakespeare para su Enrique V en la no menos legendaria jornada de Agincourt http://horapensar.blogspot.com/2008/04/gmc-1-todos-los-das-debera-ser-san.html o del atribuido por la tradición y los guionistas a William Wallace en la gloriosa gesta de Stirling Bridge, éste sí que se conserva palabra por palabra.

Una arenga en la que Federico hizo honor a su apelativo de El Grande, y que pronunció en alemán y no en francés, como era su costumbre, para que llegara a todos y cada uno de sus generales, rudos veteranos de tantas y tantas campañas, a los que reunió aquel frío 3 de diciembre en medio de la nevada campiña y les espetó:

"Estáis al tanto, caballeros, de que el príncipe Carlos de Lorena ha tenido éxito en la toma de Schweidnitz, ha derrotado al duque de Bevern y se ha hecho el amo de Breslau, mientras yo estaba ocupado deteniendo el avance de los franceses y las fuerzas imperiales. Parte de Schleswig, mi capital y todos los pertrechos militares que esta tenía, están perdidos, y yo debería sentirme en la situacion más desesperada si no fuera por mi inquebrantable confianza en vuestro valor, vuestra constancia y vuestro amor por la Patria, que me habéis demostrado en tantas ocasiones en el pasado. Estos servicios a mí y a la Patria han tocado las fibras más profundas de mi corazón. No hay apenas ninguno entre vosotros que no se haya distinguido con sobresalientes hazañas de valor, por lo que me congratulo de que, en la ocasión que se aproxima, tampoco dejaréis de cumplir ningún sacrificio que vuestro país os pudiera demandar.

Y esta oportunidad está próxima a la mano. Sentiría que no he conseguido nada si dejara a Austria en posesión de Schleswig. Dejadme que os diga que me propongo, en desafío a todas las normas del arte la guerra, atacar al ejército del príncipe Carlos, tres veces más numeroso que el nuestro, allá donde lo encuentre. No importa el número de los enemigos, ni importa la posición que han ocupado; todo eso espero superarlo con la devoción de mis tropas y el cuidadoso desarrollo de mis planes. Debo tomar este paso, o todo estará perdido; debemos derrotar al enemigo, aunque acabemos todos enterrados bajo sus baterías. Así lo creo, y así actuaré.

Comunicad mi decisión a todos los oficiales del ejército; preparad al soldado raso para los esfuerzos que han de llegar, y decidle que me siento legitimado a esperar de él una obediencia sin reparos. Recordad que sois prusianos y que no podéis mostraros indignos de semejante distinción. Pero si hubiera entre vosotros alguno que tema compartir conmigo todos y cada uno de los peligros, entonces lo licenciaré sin ningún reproche por mi parte.

[El silencio con que fueron atendidas sus palabras y la emocionada excitación reflejada en los rostros de tan curtidos guerreros, fue el mejor indicio para Federico de que había acertado de pleno con su discurso. Entonces, con una sonrisa, añadió:]

Estaba convencido de que ninguno de vosotros deseaba abandonarme. Cuento, entonces, con vuestro fiel apoyo y la certeza en la victoria. Si yo no pudiera regresar para premiaros por vuestra devoción, la misma Patria lo hará. Retornad a vuestro campamento y repetid a vuestras tropas lo que habéis oído de mí.

[Y entonces, recuperando su posición como inflexible jefe supremo del ejército, y responsable último de su inquebrantable disciplina, añadió:]

Al regimiento de caballería que en el momento de recibir la orden no se lance sobre el enemigo, lo desmontaré inmediatamente después de la batalla, y lo convertiré en un regimiento de guarnición. Al batallón de infantería que apenas comience a dudar, no importa cuál sea el peligro, perderá sus banderas y sus espadas [la espada era un arma de prestigio en los ejércitos del siglo XVIII, ya que sólo podía ser portada en público por aristócratas y soldados, e incluso estaba vedado a los burgueses lucirla en la calle bajo pena; por ello, el privilegio de portar espada era un incentivo demasiado tentador para los muchos campesinos y obreros cuasianalfabetos que veían en esta circunstancia una manera de impresionar a su entorno social] y se le arrancarán los encajes dorados [otro signo honorario de distinción] de su uniforme.

Y ahora, caballeros, adiós, hasta que hayamos derrotado al enemigo o ya no podamos vernos más los unos a los otros".

Semejante discurso encendió el ánimo y el espíritu de combate de las tropas prusianas hasta extremos impensables. Así, en la brumosa mañana del 5 de diciembre, aprovechando la confianza del ejército enemigo en su poderosa posición, Federico ejecutó su plan. A la vez que sus cañones, superiores en cantidad y potencia de fuego, arrasaban las defensas del flanco izquierdo austriaco, defendido sólo por 10 batallones de infantería, el grueso de su ejército, muy superior en número, se lanzó feroz sobre esos desgraciados a través de la campiña nevada. Mientras, Carlos de Lorena y el capaz mariscal Daun (cuya memoria honra una bonita escultura en el complejo imperial de Viena http://upload.wikimedia.org/wikipedia/en/c/c3/Pict4666.JPG ) mantenían inalterable la disposición de sus tropas, creyendo que el ataque prusiano era sólo una finta de distracción. Pero cuando pasado el tiempo, cayeron en la cuenta de lo que realmente ocurría, y enviaron su fantástica caballería para exterminar a los prusianos y restablecer la situación, se vieron frenados por los no menos excelentes jinetes de Von Seydlitz, que terminaron por poner en fuga a los imperiales.

Los combates, tremendos y encarnizados (como reflejan dos de los tres maravillosos y conocidos cuadros que dedicó Carl Rochling al asalto de Leuthen a cargo de la temible infantería de Federico, fotos 2 y 3), durarían unas cinco horas, en las que algunos soldados prusianos dispararon hasta 180 tiros de mosquete, cantidad impresionante para la época (las cartucheras solían llevar entre 9-20 proyectiles, lo que refleja la intensidad de los combates, la resistencia y calidad de sus armas de llave de chispa -que tenían que cambiar de pedernal cada 30 disparos de media y de llave cada 100-, y cómo la perfecta logística de Federico mantuvo en todo momento bien abastecidas a sus tropas). Para entonces, los fusileros y granaderos habían hecho buena la máxima de su rey de que "crea más terror al enemigo el tener tres soldados a su espalda que treinta enfrente", y la línea austríaca, deshecha, comenzaba a derrumbarse al verse en peligro de ser envuelta. Por miles emprendieron las tropas imperiales una despavorida huída hacia los cercanos bosques de Lissa, perseguidos por la caballería prusiana.

En total, a cambio de 1.175 oficiales y soldados muertos, y de 5.207 heridos, para un total de 6.382 bajas, los prusianos habían causado al casi tres veces superior enemigo austríaco unos 3.000 muertos, entre 6.000 y 7.000 heridos y más de 12.000 prisioneros, capturando también 46 banderas y 131 cañones de sus adversarios. Otros 10.000 austríacos fueron atrapados por la caballería en sus persecuciones, a los que se sumarían en días posteriores los 17.000 defensores de Breslau, abandonados a su suerte sin esperanza de auxilio por la retirada a toda velocidad de Carlos de Lorena (al que nunca más le pondrían los austríacos un ejército a sus órdenes) con lo que quedaba de sus tropas.

Un triunfo resonante, el más increíble de todas las grandes batallas del siglo XVIII, que todavía hoy se estudia en las mejores academias militares de todo el mundo como "una obra maestra de la táctica". De hecho, el esclarecedor mapa que abre este post pertenece a la serie dedicada por la Academia de West Point a las 1.000 acciones militares más importantes de todos los tiempos.

Muchos historiadores consideran que, con este triunfo, Federico evitó la completa desaparición de su reino. La Guerra de los Siete Años continuó con diversa fortuna para las armas del Rey Soldado, del Viejo Fritz como le llamaban imbuidos de respeto sus soldados, hasta desembocar en una conclusión increíble, consiguiendo Prusia todos sus objetivos en lo territorial y lo político no sin muchas dosis de fortuna y un par de guiños del destino.

Del conflicto que asoló su país, salía una Prusia convertida en gran potencia a tener en muy cuenta a la hora de determinar el reparto de poder en Europa. Federico, desde su gobierno cargado de innovadoras y progresistas reformas para su país, entre las que está la introducción del cultivo de la patata en 1756, justo en vísperas de la guerra, sentó mejor que ningún contemporáneo las bases del Despotismo Ilustrado. Su afición por la música -era un excepcional flautista, fue uno de los primeros difusores de un fantástico y novedoso instrumento como era el piano, y tuvo como músico de cámara al hijo más famoso del mismísimo Johann Sebastian Bach, a quien trataba a menudo e invitó a visitar su capital, donde no desaprovechó la ocasión para pedirle que le afinara sus flamantes doce pianos Silbermann y los órganos de sus iglesias -, a la que debemos maravillas como la Marcha Hohenfriedbeger http://www.youtube.com/watch?v=PcUR6y6Kmkk&feature=related con la que evocaba su gran triunfo en 1745, dio otro fruto extraordinario, si hacemos caso a la leyenda -lamentablemente desmentida por las pruebas históricas http://nacional.esunmomento.es/index.php?view=article&catid=12%3Ageneral&id=91%3Ahimno-nacional-de-espana&option=com_content&Itemid=5- que lo situaba como el autor de esa marcha granadera que regaló a su querido Carlos III -casado con su prima Amalia de Sajonia- y que el monarca español habría de elegir como la representativa de su Corona y que devendría, con el paso de los siglos, en himno nacional de todos los españoles .

De la famosa arenga, tan recordada por el pueblo alemán desde entonces como uno de los momentos claves en los orígenes y fundación de su país -y que fue continuamente evocada durante la Segunda Guerra Mundial por la propaganda nazi como un intento de levantar la moral ante la cada vez más inevitable derrota-, se recuerdan cuatro famosas representaciones pictóricas, muy populares allí. Una, a cargo del gran Richard Knötel (foto 6) que le daba un aire de comic chulísimo a todas sus representaciones de la época. Y dos de Adolph von Menzel, el gran artista de las hazañas federiqueñas, con un conocido grabado (foto 9) y un cuadro inacabado de 1858 que se conserva en el Staatliche Museum de Berlín, paradójicamente, se considera la mejor representación en lo artístico de tan trascendente momento (foto 5).
La cuarta, tristemente desparecida por los azares de la guerra y la inquina del totalitarismo comunista era el estupendo fresco obra de Fritz Roeber en 1882 (foto 8) para la Ruhmeshalle ('Salón de la Fama') http://commons.wikimedia.org/wiki/Ruhmeshalle_Berlin de Berlín. Un imponente edificio, el del antiguo Arsenal de la ciudad, en cuyos muros había grandes representaciones pictóricas, acopañadas en sus salas y jardines, de fabulosas esculturas que rememoraban las pasadas glorias de Prusia y de los Hohenzollern. Semi destruida por los bombardeos y los combates de 1945, fue definitivamente eliminada por las autoridades de la Alemania Oriental, y reemplazada por otro edificio destinado a glosar la hisotria alemana desde una doble perspectiva, 'marxista' y 'progresista'... Lógico, cuando Prusia había dejado de existir como tierra germana, repartida entre la URSS y Polonia. De la magnífica pintura de Roeber nos quedan las fotos anteriores a la guerra y una postal que fue muy popular hace unas décadas, en plena Guerra Fría, en la República Federal Alemana (foto 7)

Para hacernos idea de la grandeza de Federico y el respeto que generaba entre sus contemporáneos, basta el testimonio del mismo Napoleón Bonaparte quien, en el cénit de su poder, al visitar en 1807 la tumba en Potsdam del gran soberano (que había fallecido en 1786, a los 74 años) tras derrotar a la Cuarta Coalición de potencias europeas aliadas en su contra, exclamó ante sus oficiales: "Caballeros, si este hombre siguiera vivo, yo no estaría aquí".