martes, 23 de noviembre de 2010

El ave de corral con alma de luchador
































































































































































































































Ayer, como último jueves del mes de noviembre, se celebró en Estados Unidos el Día de Acción de Gracias, instituido como fiesta nacional por el presidente Lincoln mediante una proclama dictada en plena Guerra de Secesión, el 3 de octubre de 1863 (misma fecha en la que los mexicanos ofrecieron la corona de emperador a Maximiliano de Austria, en un acto celebrado en su precioso castillo de Miramar en Trieste, mientras que en Mississippi, las tropas de la Unión derrotaban decisivamente a las confederadas en su intento de recapturar ese importante nudo logístico y ferroviario que era la ciudad de Corinth):


“I do therefore invite my fellow citizens in every part of the United States, and also those who are at sea and those who are sojourning in foreign lands, to set apart and observe the last Thursday of November next, as a day of Thanksgiving and Praise to our beneficent Father who dwelleth in the Heavens”.
Hasta entonces, era una celebración asociada sólo a motivos religiosos, como simbólico agradecimiento por la primera cosecha de los Padres Peregrinos de Plymouth (Massachusetts) que prosperó y dio fruto en tierras norteamericanas, en el otoño de 1621, tras las privaciones sufridas a lo largo del año transcurrido desde su llegada a bordo del Mayflower, y en el que habían fallecido 46 personas de la 102 desembarcadas. Por eso, una vez recogida la prolífica cosecha, los peregrinos celebraron un banquete de tres días, al que invitaron a 91 indios Wampanoag con su jefe Massasoyt a la cabeza, como muestra de agradecimiento a los nativos, que les enseñaron a cultivar el maíz y otros vegetales, y les ayudaron con provisiones cuando los colonos ingleses estaban al borde de la completa desaparición. En ese festín, cuyo menú y nombres de los participantes tenéis en este enlace http://www.pilgrimhall.org/1stthnks.htm , además de la de cinco venados, se consumió mucha carne de ganso, de pato silvestre y pavo salvaje, el ave por excelencia de esta popular tradición norteamericana.

Lo curioso es que muy muy poca gente sabe que el Día de Acción de Gracias está directamente asociado con España, las guerras de Flandes y uno de sus personajes más temidos y odiados por aquellos lares, el tercer Duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo. Todo viene del sitio de la rebelde ciudad holandesa de Leiden en 1574, que las tropas españolas intentaron, sin mucho éxito, rendir en varias ocasiones por hambre. Cuando se levantó el asedio, sus famélicos habitantes instituyeron, como prueba de agradecimiento al supuesto apoyo divino frente a sus enemigos católicos, un gran banquete de Acción de Gracias con el que recordar cada año las penurias alimenticias que padecieron durante el cerco a la población. Hete aquí que los Padres Peregrinos, en realidad un escisión reformista de protestantes ingleses procedentes de las Midlands llamada los Disidentes por no aceptar las tesis oficiales anglicanas en algunos aspectos, como el de la intervención del poder real a la hora de nombrar a los obispos, se encontraban refugiados en Leiden, a salvo de persecuciones, acogidos por los protestantes de esa ciudad donde pasaron doce años (1609-1620) y de donde tomaron la costumbre de celebrar ese copioso banquete de Acción de Gracias que, a modo de fértiles semillas, se encargarían de extender por medio mundo.

Tristemente, la segunda vez que se celebró el Día de Acción de Gracias, en la ciudad de Charlestown, también en Massachusetts, lo fue en un día tan poco otoñal como el 29 de junio de 1676 y sin indios, pues en la proclama que instituía la fiesta, se aludía a la guerra con los “nativos paganos de esta tierra” (la conocida como Guerra del Rey Felipe -que así llamaban al jefe Metacomet de los Wampanoag– contra las tribus Wampanoag, Nipmuck, Podunk, Narragansett y Nashaway de lo que los británicos bautizaron como Nueva Inglaterra, siendo todos sus miembros exterminados por estos ‘buenos cristianos’ o esclavizados como jornaleros de las plantaciones de caña del Caribe), para justificar la necesidad de llevarla a cabo.


La siguiente, más de cien años después, tuvo lugar en octubre de 1777, durante la Guerra de Independencia Americana, y fue la primera vez que participaron al unísono las 13 Colonias rebeldes, para agradecer al Altísimo la derrota inglesa en la recién concluida batalla de Saratoga, clave para el desenlace posterior del conflicto.

No deja de ser curioso que la fecha oficial del Día de Acción de Gracias fuera fijada definitivamente por otro presidente y durante una nueva guerra (y llevamos ya cuatro!). El 26 de diciembre de 1941, apenas tres semanas después del ataque de la Kido Butai japonesa a Pearl Harbor que metió de lleno a su país en la Segunda Guerra Mundial, Franklin Delano Roosevelt señaló el cuarto jueves de noviembre (y no “el último jueves”, como en la proclama de Lincoln, quien, por cierto, había hecho caso en su día a las ‘insistentes’ demandas en forma de montañas de cartas de Sarah Josepha Hale, una afamada editora de textos religiosos protestantes y de las revistas ‘Boston Ladies' Magazine’ y ‘Godey's Lady's Book’, en cuyos editoriales llavaba más de ¡40 años! haciendo campaña en favor de la oficialidad a nivel nacional de la fiesta. Qué pesaaada, mujer).


Roseevelt había intentado años antes cambiar la fecha de manera infructuosa, para acercarla a la Navidad y hacerla ‘más rentable’ desde un punto de vista comercial (no olvidemos que Estados Unidos, como el resto del mundo, estaba entonces sumido en los coletazos de la Gran Depresión del 29, y necesitaba como el comer reactivar su consumo), pero fue tal la marimorena que se armó –ríanse ustedes del castizo Motín de Esquilache- (genial las cartas que recoge este enlace de los Hermanos Maristas norteamericanos http://docs.fdrlibrary.marist.edu/thanksg.html ) que don Franklin Delano se vio forzado a fijar la que y es la fecha actual. Por cierto, que desde 1947 es tradición que los productores de pavo hagan llegar a la Casa Blanca tres pavos, uno vivo, que siempre es indultado por el presidente estadounidense, y dos ya sacrificados, con los que el alto mandatario celebra el banquete para sus familiares e invitados.

Para acrecentar la confusión, hay otras celebraciones de este día tan memorable que no tienen nada que ver con la oficial. está demostrado que la primera ceremonia de este tipo en tierras norteamericanas corrió a cargo de los españoles de la ciudad de San Agustín, en Florida, el sábado 8 de septiembre de 1565.

Capitaneados por el almirante Pedro Menéndez de Avilés, habían sido enviados a la colonia española de la Florida por Felipe II para expulsar a los centenares de colonos franceses hugonotes que, instalados en el recién erigido For La Caroline, ocupaban ilegalmente esa tierra que España reclamaba como propia. Menéndez de Avilés desembarcó, entre salvas de artillería y con los estandartes en todo lo alto, con 500 soldados, 200 marineros que tripulaban sus dos galeones, y unos 100 colonos y artesanos con los que se iba a establecer la ciudad de San Agustín, la más antigua de toda Norteamérica.

Tanta parafernalia cumplió con su objetivo de atraer hacia el bando español las simpatías de la pacífica tribu local de indios flecheros, los timucua, con su características tonsuras y sus arcos largos, asentados en el cercano poblado de Seloy, donde se improvisó un altar y el fraile Martín Francisco López de Mendoza y Grajales, a la sazón líder espiritual y cronista de la expedición, en la que viajaban otros tres frailes, celebró un misa, tras la que tuvo lugar el gran banquete, en el que los españoles aportaron grandes ollas de cocido con su embutido y tocino, y abundante vino, mientras los timucua contribuyeron con las ostras y almejas gigantes de la zona, y, posiblemente, algunas piezas de caza...

La tarde antes, una pequeña vanguardia de españoles, entre los que figuraban el almirante y el padre, habían desembarcado en un lugar bautizado como Nombre de Dios (sobre el que se construyó una misión, donde, desde 1620, se ride culto a Nuestra Señora de la Leche y Buen Parto, la primera capilla en Estados Unidos dedicada a la Virgen María, y que recibe miles de visitas cada año de mujeres embarazadas pidiendo por un parto propicio) mientras entonaban un 'Te Deum Laudamus' que atrajo la atención de los indios. En su presencia, los miembros de la pequeña expedición fueron besando uno por uno el gran crucifijo que portaba el sacerdote en acción de gracias, tras su complicada travesía desde España. Los indios, embelesados con el poder que parecía emanar de ese objeto mágico, se sumaron al besacruz, confiados en que el gran talismán de madera que sostenía el padre López les fuera propicio en el futuro. A veces, las beaterías con que los españoles acompañaban sus principales eventos constituían un magnífico aparato de propaganda y de adhesión de aliados entre las tribus nativas.

La ciudad de San Agustín se apresta para celebrar el 8 de octubre su 450 aniversario, en una conmemoración que tendrá alcance nacional. Por cierto, que el bueno del padre Martín Francisco, a la sazón párroco del nuevo asentamiento, está también considerado el primer párroco de la historia de los Estados Unidos. Un histórico desembarco, sin duda, el suyo. Os añado dos imágenes sobre aquel primer banquete de Acción de Gracias a base de cocido, almejas y ostras. Una, la espectacular recreación de Stanley Meltzoff para National Geographic en su número de febrero de 1966, y otra, más infantil, perteneciente al libro 'America's First Real Thanksgiving', de lectura obligada en no pocos colegios estadounidenses, escrito e ilustrado por la profesora inglesa a y autora de libros infantiles Robyn Gioia... y en la que españoles e indios intercambian cocido (dibujado de aquella manera, como unas baked beans del Far West) por mazorcas...

Pocos años después, ceremonias similares, en las que también particpaban los indios, se celebraron a lo largo de toda Nueva Francia para conmemorar las buenas cosechas. en 1578, también en tierras canadienses, el navegante inglés Martin Frosbisher y su tripulación celebraron un gran banquete en Terranova para conmemorar su regreso con vida de su fallido intento por encontrar el legendario Paso al Noroeste que supuestamente habría de unir el océano Atlántico con el Pacífico; empresa en la que el renombrado explorador Henry Hudson , el adolescente hijo de éste y sus pocos leales, habían perdido la vida a causa de un motín que tanto recuerda al acontecido en la 'Bounty' siglos después...

En el Canadá resultante tras la conquista inglesa de 1760, comenzó a celebrarse en noviembre. Hasta comienzos del siglo XX era habitual hacerlo el día 6 del citado mes, pero en 1918 surgió el primer problema. El armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial, el 11 de noviembre de ese año, supuso tal alivio debido a los estragos -tanto e vidas, 60.000 muertos y 170.000 heridos canadienses de un totoal de 650.000 reclutados, como psicológicos- causados en la población del Imperio Británico, al que el Canadá todavía pertenecía de pleno derecho, antes de constituirse en un país prácticamente independiente gracias al Estatuto de Westminster de 1931, que se decidió conmemorar la efeméride con otro Día de Acción de Gracias en honor a los caídos llamado Remembrance Day... así que los canadienses pasaron a celebrar dos fiestas prácticamente idénticas el 6 y el 11 de noviembre. Ante tal coincidencia, el 31 de enero de 1957 las autoridades canadienses cambiaron la fecha de la fiesta tradicional, manteniendo en noviembre la nueva y pasando al segundo lunes del mes de octubre la tradicional, manteniendo así la costumbre de celebrarla en otoño y eliminando cualquier suspicacia o protesta creando de un plumazo el 'puente' (sí, allí también existen) más esperado del año.

Y tras esta extensa perorata introductoria sobre la fiesta que mañana celebran los yankees y sus vecinos y afines, vayamos al gran protagonista del post, el simpático pavo común, un ave que lleva entre nosotros mucho menos tiempo del que habitualmente se cree, dado su origen americano. De hecho, todas las especies de aves de corral más comunes en la actualidad, llevan poco más de 2.000 años en nuestro país: la gallina doméstica, procedente de la India (antes había sido domesticada en China y el Sudeste Asiático), no llegaría hasta los últimos momentos de la conquista romana de la Península Ibérica, salvo algunos ejemplares aislados que trajesen fenicios, griegos y cartagineses a sus colonias. Igual sucedería con el pavo real, reservado para las mesas de reyes y soberanos, y que era considerado casi una divinidad gracias al precioso plumaje que despliega en abanico. Los egipcios, por su parte, habían aprendido a criar patos y, sobre todo, gansos, de los que las ocas son su equivalente doméstico, y también a engordar a estas últimas para hipertrofiarles los hígados y conseguir así lo que hoy, afrancesadamente, llamamos foie, y del que los más pudientes súbditos del Faraón eran tan adeptos.

España sí fue el primer lugar de Europa al que llegó el pavo, un ave originaria de Norteamérica, desde México a Canadá, donde disfrutaba en estado salvaje de una amplia distribución, que fue domesticado por los nativos mexicanos, seguramente por los mayas inicialmente, en época precolombina. De hecho, el huexolotl o guajolote, como lo llamaron los conquistadores españoles incapaces de reproducir la pronunciación de su nombre en lengua nahuatl (de la unión del prefijo 'huey'/grande y el sustantivo 'xolotl'/gallo), era la única ave de corral de las muchas especies que se vendían en los concurridos mercados mexicas, como el de Tlatelolco, famoso también por las sabrosas y coloridas aves de caza que era posible encontrar allí. También era muy importante en los ritos funerarios de tribus como las del Norte de México, que los incluían decapitados en los enterramientos como alimento de los fallecidos en su viaje al más allá, mientras que los mayas sacrificaban uno por el nacimiento de cada hijo. Que se sepa, a excepción de alguna tribu del Suroeste, como los indios Pueblo, los nativos de más al Norte del Río Grande fueron incapaces de domesticar al aguerrido e inteligente pavo salvaje que pululaba en abundancia por sus praderas y bosques. Se estima que en la América precolombina vivirían en torno a los 40 millones de pavos silvestres. Todavía hoy existe un buen número de ejemplares en estado silvestre en sus tres países de origen, cifrado en unos cuatro millones de aves, aunque cada vez son menos abundantes debido a la irrefrenable pérdida de su hábitat.


A diferencia de sus parientes domésticos, incapaces de volar o de subsistir en la naturaleza por sus propios medios, los pavos silvestres son unas aves astutas, espabiladas y con más recursos que MacGyver cuando la ocasión lo requiere, capaces de alcanzar los 40 km/h en carrera y de volar a casi 60 km/h en caso de necesidad. El característico gorgoteo que emiten sólo los machos resuena en los bosques hasta a 2 km de distancia, toda una invitación o aviso para los grupos de hembras (foto 10; ellas cloquean o chasquean, nunca gorgotean) que saben de la vocación polígama de sus emplumados y valientes pretendientes, siempre deseosos de incrementar su harén. Una sana costumbre en la que son imitados por sus parientes domésticos, aunque conlleve sacar su vena más luchadora y plantar cara a otros machos. Para seducir a su contrapartida femenina, los éstos atusan e hinchan su plumaje, las hacen ganar en volumen y, como remate, despliegan en abanico sus impresionantes colas compuestas por 18 grandes plumas, con el fin de volver loquitas a sus bullangueras compañeras de pavada (los británicos llamaron a estas agrupaciones de pavos 'rafter'), más pequeñas de tamaño y dotadas de un plumaje y un físico más discreto. Por la noche, suelen dormir subidos a las ramas de los árboles del bosque, generalmente robles en Estados Unidos y Canadá, y en pinos encinos en México.


Si característico resulta su cola en forma de abanico de plumas, no lo es menos su cabeza despejada, de una tonalidad azulada (que según los expertos cambia de color cuando se irrita) y de la que cuelga su inconfundible 'moco' o 'papada', un apéndice carnoso no comestible que se corresponde con una excrecencia de plumas recubiertas de piel. 'Moco de pavo' es también una planta originaria de Malasia, la Acalypha hispida http://es.wikipedia.org/wiki/Acalypha_hispida, cuyas rojizas espigas recuerdan al distintivo colgante de la cabeza del pavo.



De la extrema belleza de este ave dan fe las preciosas láminas dibujadas a comienzos del siglo XIX por el afamado ornitólogo y artista estadounidense John James Audubon (fotos 11 y 12). Las hembras suelen depositar entre ocho y quince huevos en su única puesta anual, aunque excepcionalmente pueda haber una segunda (sobre todo si la primera se pierde pronto), de los que, tras un mes de incubación, eclosionan los traviesos pavipollos, que apenas estarán dos días en el nido antes de salir a corretear por los campos y bosques tras su madre. Esos primeros días, las jóvenes gallináceas devorarán numerosos insectos e invertebrados, hasta que vayan llenando poco a poco sus mollejicas de piedrecitas que les permitirán pasar a una dieta mayoritariamente vegetal.


Cuando puede comer a su antojo, este ave omnívora dedica buena parte del día a alimentarse básicamente de semillas, hojas, brotes, frutos y hierba, aunque no hace ascos, sino todo lo contrario, a una buena ración de lombrices, orugas y otros insectos si se le ponen a tiro de su pico. Por contra, sus parientes domésticos son engordados a base de una mezcla de cereales y legumbres, sobre todo de maíz y soja. Aunque a simple vista no lo parezca, el robusto pavo norteamericano está muy directamente emparentado con el esbelto faisán procedente de los bosques asiáticos, que fue introducido por los europeos en medio mundo como especie de caza, mientras que su primo hermano lo era como ave de corral destinada al consumo de su carne.


En la denominación que finalmente dieron a nuestro admirado Meleagris gallopavo los españoles, influyó sin duda el hecho de que los españoles conocieran previamente al pavo real y su costumbre de desplegar la cola en los momentos del cortejo. Por ser menos lustroso que su pariente de la India, a los pavos del Nuevo Mundo se les privó del epíteto 'real' en su nombre. Aún así, recibió una buena lista de nombres en la América española, entre los que podemos citar los de pavillo, guajolote, pipil, pípila (así llamaban los aztecas a las hembras del pavo, y ahora es un término muy común para designar a las prostitutas en México), picho, cócono, chompipe, totola, konito, totolín, bimbo, pisca, guanajo, gallo o gallina de Indias, pavo realillo, huilo, pollo de Calicut (así llamaban entonces los europeos a la actual ciudad india de Calcuta), gallipavo, gallo de papada, ganso de moco, pabo (entrañable ¿verdad?, en el tagalo de Filipinas), pavo guineano o gallo avestruzado. A las crías también se las llama pipiolos. Los españoles lo introdujeron primero en Centroamérica, de donde pasó a sus posesiones andinas, y desde tierras peruanas llegó hasta el Brasil, de ahí que en el gigante suramericano sea conocido como 'gallina del Perú', con las consecuencias que luego veremos.



Divertido resulta también el apodo con el que califican las gentes del campo en México a los urbanitas de ciudad, y que, lógicamente, no es otro que el de 'pavo'. En la picaresca de los timadores y pícaros españoles, el 'pavo' era siempre el desgraciado pardillo que era fruto de sus pillerías y desmanes. La expresión 'moco de pavo' se refiere a la cadena de los relojes o collares que solía quedar colgando de los bolsillos una vez que era sustraída la pieza principal de más valor... y que también recordaba al curioso y fláccido apéndice.


Sobre el momento exacto de la llegada a tierras españolas y, por ende, europeas, hay bastante discusión y versiones contrapuestas, ya que hay autores que afirman que la primera vez que el ave paseó por nuestro país aconteció allá por 1498 de la mano de un tal Vasco de Quiroga (que no creo yo que fuera el afamado religioso y filósofo erasmista que unas décadas después fuera nombrado primer obispo de Michoacán, en México), año en que Colón arribó a las costas de la actual Venezuela, donde podría haber conocido al alado protagonista del post, en tanto que otros aseguran que fue Pedro Núñez quien supuestamente lo llevó a Galicia en 1499.


Lo que se sabe es que en 1517, dos años de que Cortés deembarcara en las costas del Imperio Azteca, ya andaba por aquellas tierras Francisco Hernández de Córdoba, descubridor del Yucatán, quien ya habló de las manadas de grandes gallos que habían encontrado durante su periplo. El propio Cortés informaba en sus cartas a Carlos I sobre los grandes aviarios en que el emperador Moctezuma, gran aficionado a la carne de huexolotl, reunía más de mil aves destinadas a su consumo propio y a alimentar a las fieras de su zoo. Los indios no sólo consumían su saludable carne, sino que hacían numerosos objetos decorativos con sus plumas, que también empleaban como establilzadores de sus flechas cuya punta eran los propios espolones de estas aves. Con inusitada rapidez, tan sabroso especimen comenzó a ser difundido en España y en Europa.


Los guajolotes domésticos llegaron a Europa a principios del siglo XVI, traídos por los españoles, y hasta el siglo XVIII convivieron las dos denominaciones, aunque a partir de entonces se adoptó definitivamente en la parte europea del imperio la de pavo, más arraigada desde la Antigüedad. Fueron los jesuitas los responsables de introducirlos y expandirlos por media Europa, al criarlos y servirlos como alimento en sus colegios, siendo el francés de Bourges el primero en el que iniciaron su crianza.


Hasta entonces, junto a gansos, capones, patos, cisnes, gansos y pintadas, los europeos más adinerados comían en contadas ocasiones pavo real, pero tras la llegada de los guajolotes, esta última especie, menos sabrosa y de peor rendimiento cárnico, quedó reducida a un mero papel ornamental en los jardines de la aristocracia y la realeza. Dice la tradición, y parece muy verosímil, que el primer pavo de Inglaterra fue cocinado para Enrique VIII, aunque habrían de pasar muchos siglos hasta que el buen comilón de Eduardo VII, a comienzos del siglo XX, pusiera de moda en todo el Imperio Británico el consumo de pavo en la Cena de Nochebuena. Quien realmente lo introdujo de una manera más popular fue el aventurero y político William Strickland, descendiente directo de una poderosa familia normanda afín a Guillermo el Coquistador, y que cruzó el Atlántico con seis pavos procedentes de las costas norteamericanas que había comprado a los nativos indios y vendió a dos peniques cada uno en el puerto de Bristol en 1526. Como reconocimiento a su hazaña, se le permitió poner en lo alto de su escudo de armas un pico de pavo. Para entonces, el ave era conocida en Inglaterra como 'turkey' debido a una confusión más o menos lógica.


Incialmente se pensó que esta rica ave era una especie más de esa pintada o gallina de Guinea, ave procedente de África que los ingleses compraban, dado el control del Mediterráneo por sus enemigos españoles, a los mercaderes turcos. Da ahí que a todos los seres alados procedentes del Imperio Otomano los denominasen genéricamente como 'turkey'. De hecho, anteponían el calificativo de 'turkey' a cualquier producto exótico que adquirían de la superpotencia musulmana, de donde obtenían los productos no sólo de Oriente, sino también aquellos procedentes del Imperio español cuyo acceso les estaba vedado. Esa es la razón de que en Inglaterra se llamara y aún hoy se llame al maíz 'turkey corn'/grano turco, pues esa era la procedencia del que arribaba a Inglaterra, los almacenes de los mercaderes otomanos. Para rizar el rizo de la incongruencia avícola, hay que recordar que las pintadas o gallinas de Guinea que le vendían los turcos a los ingleses ni siquiera procedían de las costas guineanas ni del continente africano propiamente dicho, sino de la gran isla de Madagascar, pues no había bajeles turcos, salvo que fuera pirata, comerciando en aguas atlánticas, donde podían toparse con sus temidos españoles, verdaderos amos entonces de ese océano.



Por su parte, los franceses lo llamaron inicialmente coq d'Inde (gallo de la India), pero refiriéndose no al gigantesco país asiático, sino a las Indias Occidentales, que es como se conocía entonces, y aún ahora, a los territorios e islas del Mar Caribe. De ahí se abrevió a "dinde", y hoy día se llama así a la pava hembra y dindon al pavo macho. Está demostrado que la primera aparición pública del pavo en el país galo tuvo lugar en 1533, durante los esponsales de Catalina de Medicis y Enrique II, y que también se sirvió pavo en el banquete nupcial del rey Carlos IX de Francia con esa nieta de los Reyes Católicos que fue Isabel de Austria, en 1570. La afamada Margarita de Valois, hermana del soberano francés y futura reina Margot, también criaba pavos en una granjap ara su consumo propio.


En Italia, donde es llamado tacchino (palabra de origen desconocido que tal vez provenga del arcaismo 'tacca' -parche de colores- a causa de su colorido plumaje) se le nombró de una manera más científica 'gallus indicus' y apareció reflejado por priimera vez en un tapiz de 1549. Alessandro Geraldino, obispo de Santo Domingo, envió al Papa León X http://leiter.files.wordpress.com/2008/10/inocenciox.jpg , el del impresionante retrato pintado en 1650 por Velázquez y que se conserva en la Galería Doria Pamphili de Roma , algunos guajolotes vivos para que disfrutara de su carne, quien seguro que al catar esas tiernas mollas asadas borraría de su faz de Sumo Pontífice esa avinagrada y amenazante expresión que tan bien supo captar el genio sevillano. Sorprendentemente, y pese a ser muy consumida desde muy pronto en todas las posesiones hispanas, el pavo no aparece reflejado como tal en un tratado de cocina español hasta 1599.

Paradójicamente, los turcos, tan acostumbrados desde hacía siglos a la importación de pavos reales de la India, llamaron a los pavos americanos hindi (indio/hindú), como si fuera un ave procedente del país asiático. Por el contrario, los rusos lo llaman indeyka en clara referencia a los indios norteamericanos.



Por su parte, estos últimos, tan dependientes del ave para tantas cosas, lo llamaban en el caso de los hablantes en lengua algonquian abucheech, para los Pies Negros era ómahksipi’kssíi (pájaro grande) ; para los Cherokee, kuna o kana; para los Ojibwa, mizise; para los Lakota/Dakota/Sioux era wagleksun; para los Maliset-Passamaquody, nehm; para los Miami, nalaaohki pileewa (ave nativa); más curioso es el caso de los Choctaw, quienes lo llamaban 'fakit', así todo junto, ya que según ellos, así sonaban sus gorgoteos, pero, tras entrar en contacto con los blancos anglosajones , le cambiaron el nombre a akank chaaha (pollo alto) para evitar ‘malos entendidos’, juasss. Para los mayas actuales, pavo no se dice, lógicamante, guajolote, sino que en su lengua, tan distinta del nahuatl, se llama tso’ .


El brasileño 'gallina del Perú' se fue se simplificando con el tiempo, hasta quedarse sólamente en perú, que es como también lo llaman los portugueses. Al ser estos últimos quienes introdujeron el pavo en la India, en todo el subcontinente asiático (lugar de origen de los pollos y gallinas, y del pavo real) nuestro protagonista es igualmente conocido como perú. En un país cercano como Malasia se llama también Ayam Piru (pollo de Perú) o Ayam Belanda (pollo de Holanda).
Precisamente, los holandeses, creyendo también que el ave procedía de la ciudad india de Calcuta/Calicut (hoy rebautizada Kozhikode), lo llamaron kalkoense haan (gallina de Calcuta), que con el tiempo se quedó en kalkoen, nombre que transmitieron a sus colonias como Indonesia, donde se le llama kalkun, y en la Guayana Holandesa e islas adyacentes, kalakuna; o a sus vecinos como Dinamarca, Estonia y Noruega (también kalkun), Suecia (kalkon) o Finlandia (kalkkuna o turkki).


También resulta curioso que en árabe se llame dik rumi (gallo romano), pero no los romanos originarios de Italia, como se pudiera pensar sino que se refiere a los que nosotros, erróneamente denominamos bizantinos, pero quienes se llamaban a sí mismos 'romanos', al considerarse los legítimos herederos del antiguo imperio fundado a orillas del Tíber. El término ‘bizantino’ para definir a estos territorios comenzó a ser utilizado por los historiadores sólo a partir del siglo XVIII, tres después de la desaparición de estos 'romanos de Oriente' a manos del tsunami turco que aniquiló para siempre la antigua gloria de Constantinopla en 1453, casi 70 años antes de que los españoles trajeran a Europa los primeros ejemplares que en el imaginario y la tradición cultural de muchos países se identifica, equivocadamente, con Turquía.



Por su parte, en los países musulmanes de la cuenca mediterránea es conocido como diik il-habash o pollo de Etiopía, ya que el término habash es el mismo para denominar al ave y al país del Cuerno de África. En egipcio también se lo conoce coloquialmente como ‘pájaro griego’, mientras que precisamente los griegos lo llaman gallopoula (pollo francés), apelativo que también se aplica en ciertos lugares a las chicas jóvenes de buen ver.

En italiano le dicen tacchino, palabra de origen etimológico desconocido que posiblemente esté relacionado con el arcaico término tacca (parche de colores) ; en alemán, se emplea pute o puter para refririse a la carne y truthahn para el pavo en sí mismo (de hahn, gallina, y trut, prefijo del que se ignora su significado pero que, posiblemente, en origen quisiera decir 'turco'; en chino, huoji (pollo de fuego, por los colores de su cabeza y del moco); en japonés, sichimenchô, y en coreano el muy similar chilmeonjo, significando en ambos casos ‘ave de siete caras’.

Por sus muchas virtudes y méritos, el pavo salvaje se ha ganado a lo largo de la historia la admiración de no pocas personas, incluido el que, en mi modesta opinión, es el ser humano más inteligente que jamás pisó la superficie de la tierra, Benjamin Franklin, quien propuso en el Segundo Congreso Continental, celebrado en 1782, cuando aún no era oficial el fin de la guerra ni reconocida la independencia por los ingleses, como emblemática ave en representación de su país al bravo pavo silvestre, un animal pacífico, gregario y de gran importancia económica, en lugar del águila calva que fue finalmente elegida por su condición de rapaz autóctona de Norteamérica. A Franklin no le gustaba por recordar a las águilas representativas de las principales monarquñias europeas, por su condición de ave de presa y carroñera, y por ser un símbolo guerrero ya desde tiempos de los romanos, cuyas legiones encabezaba, lo que consideraba una mala imagen para su nación... Clarividente que era el gran Benjie...aunque su propuesta, como sabemos, cayó en saco roto y apenas contó con apoyos.


Para valorar la dimensión económica y alimenticia que para Estados Unidos supuso la cría doméstica y el comercio de pavos, conviente tener en cuenta que ya en tiempos del Far West se llegaron a contar pavadas de hasta 20.000 individuos que eran trasladados hasta los mercados para su consumo casi del mismo modo que los cowboys conducían a las reses por las praderas.

Buena prueba del profundo respeto y el aprecio que sentían por nuestra valiente ave las naciones indias de Norteamérica lo testimonia el hecho de que algunos de sus más grandes jefes adoptaran su nombre algo improbable para mentalidades como la europea de entonces. Tal fue el caso del cherokee Kanagatucho, 'Pavo al acecho’, al que los ingleses llamaban Old Hop, conocido no sólo por sus simpatías por los franceses, sino también por su talante dialogante y unificador frente a las discrepancias entre las distintas facciones que integraban la poderosa nación Cherokee. Desde 1753 a 1760, año de su muerte y, casualmente, también lo que duró la Guerra de los Siete Años en tierras norteamericanas, Kanagatucho ocupó el prestigioso cargo de Hombre Más Querido (Jefe Supremo) de los Cherokee. A su muerte, le sucedió en tan alta distinción su joven sobrino Kanagadoga, ‘Pavo puesto en pie’, de 1760 a 1761, durante la cruel y despiadada Guerra Anglocherokee, siendo tan profrancés como su tío y antecesor. Así que, tras su derrota militar a manos de los británicos, fue destituido por la tribu, deseosos de de recuperar su buena relación comercial con los ingleses, de los que ahora dependían en extremo, tras la expulsión de sus antiguos patronos franceses de Norteamérica, y que había puesto fin a esa época dorada para la tribu en que eran como una novia cortejada por dos pretendientes, ingleses y franceses, a los que les sacaban todo lo que podían a más a cambio de sus favores.


La verdad es que la vida de Kunagadoga (en la foto 13, retratado cuchillo en mano por Francis Parsons durante la visita del jefe indio en 1762 a Londres en compañía de otros dos jefes, tal y como reflejan las figuras de cera de la foto siguiente) es digna de película, tanto como la del elegido para sucederle en 1761, y que necesariamente tenía que ser probritánico, para recuperar el favor de los representantes de Su Graciosa Majestad: Attakullakulla ('Madera apoyada') al que los ingleses bautizaron, no sin un poco de mala leche 'Pequeño Carpintero' debido a su baja estatura (no más de 1'55 m) , inusual entre los generalmente altos cherokee, había visitado Londres con apenas 22, en 1730. En realidad, era un indio Nipissing que había sido capturado siendo un niño y había sido criado como un cherokee más, lo que explicaría su pequeña talla. Este personaje fundamental en la Historia de la Frontera estadounidense, merece un post por sí mismo.


Hoy se rinde homenaje a tan simpática ave en forma de sello, promovido hace unos años por la Federación que vela por su existencia y conservación, e incluso ha dado nombre a diferentes marcas de bebidas alcohólicas destiladas de diversa calidad, como el afamado bourbon Wild Turkey, el más vendido de Estados Unidos, que produce desde hace más de un siglo en Lawrenceburg, Kentucky, la destilería Austin Nichols, una de las joyas del grupo multinacional italiano Campari. Tiene fama de ser el preferido de los escritores e intelectuales así como de los verdaderos entendidos en la materia, además de ser muy popular por tener un mayor porcentaje de alcohol que marcas de la competencia como el no menos conocido Four Roses, entre otros...


Los principales países productores mundiales de pavo son Estados Unidos, China, Francia, Alemania y Brasil, dándose la paradoja de que México, el tercer consumidor de este ave, se ve obligado a importarlos a pesar de una respetable producción. En cuanto a Estados Unidos, por sí solo produce cerca de 300 millones de pavos al año, de los que, tal día como hoy, se comeran casi 50 millones por más del 80% de la polación, por los 25 millones que se consumen en las fiestas navideñas y algo menos en Semana Santa, lo que da una idea de la gran importancia del Día de Acción de Gracias en la vida cotidiana del gigante norteamericano. Por cantidad, el país del mundo que consume más pavo por habitante (seguramente por motivos religiosos) es Israel, con unos 15 kg/habitante/año, frente a los 7,5 kg de media de los estadounidenses, que cada vez consumen más su saludable carne de una manera más repartida fuera del calendario festivo.


Este post va dedicado a mi compi Sweet Conch, que está de trianiversario bloguero, a la que ya avisé de que le contaría algún día -y cuándo mejor que por estas fechas- cosicas curiosas del delicioso y simpático huexolotl/guajolote/pavo/turkey...

viernes, 12 de noviembre de 2010

Adiós al valiente Hijo Verdadero; hasta siempre, Danno...










































































































































































































































































































































Discretamente, sin apenas repercusión en los medios para la muchísima que se merecía, y "por causas naturales", según su representante, nos dejó el pasado 28 de octubre el grandioso actor James MacArthur, nombre que no dirá nada a las más jóvenes generaciones, salvo a los muy cinéfilos o a los seguidores de las estupendas series de culto de hace décadas entre las que 'Hawai 5-0' ocupa un merecido lugar en la cúspide. Mucho mérito, tanto como carisma, tuvo siempre este joven bajito pero bien parecido nacido en el glamouroso y 'confidencial' Los Ángeles de 1937, hijo adoptivo del matrimonio compuesto por el reputado guionista Charles MacArthur (autor, junto con el no menos grande Ben Hetch de las dos primeras versiones de 'Luna Nueva/Primera Plana' y de las míticas adaptaciones al cine en 1939 de 'Gunga Din' y 'Cumbres Borrascosas') y la entrañable actriz Helen Hayes, una auténtica estrella mundial muy poco conocida en España, a la que en Estados Unidos se llamaba en tiempos "La Primera Dama del Teatro Americano". La pareja ya tenía una hija biológica, Mary, prometedora actriz de teatro que fallecería con sólo 19 años a consecuencia de la polio, en 1949.

No faltan ejemplos en Hollywood de hijos de excelsos actores o productores que, teniéndolo todo de su parte para triunfar, tiran las mejores oportunidades por la borda, y acaban siendo unos patéticos juguetes rotos del star-system. Por el contrario, existe un distinguido grupo de actores, actrices, guionistas y directores que han tomado ejemplo de sus progenitores y se han abierto camino con éxito en la tupida y traicionera jungla de los grandes estudios cinematográficos, aprovechando al máximo el impulso inicial que las influencias de sus padres les habían brindado. Entre ellos estaba James Gordon MacArthur, y a ello contribuyó no sólo su gran calidad como actor, un físico agraciado -pese a su escasa altura para los cánones de la época-, un vozarrón de locutor de radio y una sonrisa de esas que abren cajas fuertes, que lo consolidaron como uno de los actores más prometedores y demandados entre el elenco de jóvenes estrellas adolescentes de la Walt Disney Productions, para la que habría de rodar cinco películas, todas ellas marcadas por un cierto éxito y no pocas buenas críticas para su joven protagonista.

Entre ellas, algunos muy populares como 'Los robinsones suizos de los Mares del Sur' o 'Third Man on the Mountain', un clásico apasionante sobre los inicios de la escalada en los Alpes suizos (otra vez un personaje helvético!) a mediados del siglo XIX y que ha brindado algunas de las mejores escenas de escalada tradicional en el cine, o 'Kidnaped', la versión disneyana de las aventuras del joven David Balfour imaginadas por el gran Robert Louis Stevenson y en la que compartió reparto con un estupendo Peter Finch como el bravucón rebelde jacobita Alan Breck.

Antes, había debutado por todo lo alto a los 12 años sobre las tablas del escenario en 'El trigo está verde', donde cosechó buenas críticas (lo vemos, aún niño, junto a su madre y un irreconocible-por el maquillaje- Bob Hope en la penúltima foto del post). Su primer papel para la televisión fue decisivo en el despegue de su meteórica carrera, dando vida al problemático adolescente Hal Ditmar en un Estudio Uno made in USA dirigido por un novel John Frankenheimer, quien eligió esta misma historia y actor para iniciar en 1957 su magnífica carrera cinematográfica con la peli 'The Young Stranger', nunca estrenada en España, y que se saldó con la nominación a los prestigiosos Premios BAFTA para su joven protagonista en la categoría de Debutante Más Prometedor. Su fantástica irrupción en el mundo del cine (y, seguramente, sus sólidos contactos paternos) propició que la Disney se fijara en él para un proyecto de campanillas, en el que se inspira buena parte de este post. Por aquel entonces, había comenzado a estudiar Historia en la Universidad de Harvard.

Su primera colaboración con el tío Walt, rodada durante sus vacaciones veraniegas en primero de carrera, habría de ser la adaptación de un reciente clásico de la literatura contemporánea norteamericana (apenas llevaba cuatro años publicado cuando se rodó la película), 'The Light in the Forest', escrito en 1953 por Conrad Richter, y que aún hoy día constituye una lectura obligada en los colegios e institutos de Secundaria norteamericanos, al estilo de lo que sería en la España de hace un par de décadas 'Tiempo de silencio', 'Los santos inocentes' o 'La colmena' (¿todavía se siguen leyendo estos tres títulos en nuestros centros educativos? ...espero de corazón que así sea...). Pomposamente bautizada al castellano por los fabulosos dobladores y adaptadores mexicanos al servicio de la Disney con el lírico título de 'Fulgor en la espesura' (TOMA YA!!!), tanto el filme como el libro relatan la historia del joven John Butler, de 18 años, quien a los cuatro había sido secuestrado por los indios Leni Lenape (los Delaware para los ingleses) de su granja durante las incursiones fronterizas que caracterizaron la Guerra de los Siete Años en tierras norteamericanas. Tras la derrota francesa en 1760 y la cesión de la Nueva Francia a los ingleses por la Paz de París en 1763 y la posterior derrota de los indios ese mismo año en el alzamiento del jefe ottawa Pontiac, los colonos presionaron a las autoridades para recuperar a muchos de sus parientes cautivos de los indios, que se contaban por centenares, muchos de ellos adoptados como auténticos hijos en sustitución de aquellos fallecidos entre las diferentes tribus nativas a causa de las enfermedades o las guerras. Encabezó la expedición a tierras indias el legendario coronel Henri Bouquet, el suizo vencedor de los guerreros de Pontiac en Bushy Run, quien volvió a casa con la mayoría de antiguos cautivos, pese a la resistencia de estos por sentirse más vinculados a sus nuevas familias indias que a sus hogares de origen, por causa de su educación en las costumbres indígenas. Tal es el caso del protagonista de la historia, el joven Butler, al que los Lenape llamban True Son/Hijo Verdadero, y que había sido adoptado por Cuyloga, el mismísimo jefe de la tribu. Obligado a volver con los suyos, Johnny se siente más indio que inglés y, tal y como le han enseñado, odia a los blancos y se niega a convivir con sus verderos padres, lo que le acarreará conflictos y más conflictos con sus nuevos vecinos. Precisamente, sabedoras de las dificultades de readaptación de estos cautivos blancos de los indios, las autoridades británicas lo han puesto bajo la tutela de un experto explorador y soldado de la frontera, Del Hardy, memorablemente encarnado por el gran Fess Parker (foto 6), actor eternamente consagrado para la posteridad como el inolvidable y carismático Davy Crockett de esa polular y recordada serie de telefilmes producida asimismo por la Disney y, años después, del otro gran pionero de la frontera, Daniel Boone, esta vez para la Fox.
A pesar de sus iniciales reticencias, Hijo Verdadero sí que acepta conocer a su hermano menor, Gordie, con el que mantiene una buena relación, aunque siente un intenso odio por su despreciable tío Wilse (un impagable Wendell Corey, famoso por haber interpretado años antes el recordado papel de policía amigo de James Stewart en 'La ventana indiscreta'), racista acérrimo cuya inquina contra los indios le hace cometer injusticias contra su joven pariente. Tras acusar a los indios de secuestradores de niños, Wilse se enzarza en una discusión con Johnny, al que abofetea tras considerar que le ha faltado al respeto, algo inconcebible entre los nativos americanos, quienes nunca castigaban con violencia física las conductas inapropiadas de sus menores.
Para complicar aún más la trama, Johnny se enamora de Shenandoe, la joven sirvienta acogida en casa de sus tíos después de que los indios asesinaran a sus padres (una lustrosa Carol Linley, mega-star juvenil de la época que también debutó en el cine con esta peli) y el bueno de Del Hardy, antes de partir a otro destino, consigue para el antiguo cautivo de los Leni Lenape un pequeño terreno en la montaña donde la pareja pueda vivir en paz su amor y formar una familia. Por si fuera poco, los 'primos' nativos de Hijo Verdadero se acercan a visitarlo a la aldea, y el tío Wilse dispara y mata a uno de ellos sin venir a cuento, simplemente por su odio hacia los 'salvajes'... Ello provoca que Johnny regrese con sus parientes al poblado indio, y que los Delaware se preparen para la guerra. Decidido a evitar un baño de sangre entre los dos mundos por los que se debate internamente, Johnny regresa a casa y se enfrenta con su tío, al que derrota. Una vez conseguida la paz entre ambos bandos, marcha a vivir feliz junto con Shenandoe en su nueva casa. Así termina esta historia cargada de buenos propósitos y morales, que abogaba por la coexistencia entre las razas en un momento delicado en la historia de Estados Unidos (obviamente, los problemas metafóricamente afrontados por el filme no se referían tanto a las relaciones de los blancos con los pocos indios vivos que quedaban entonces, sino con esa amplia minoría negra víctima de la segregación racial).

En ese sentido, la película es mucho más 'ingenua', si se me acepta la expresión, que la novela, mucho más descriptiva del contexto histórico y de la cultura de los indios. Hay partidarios a favor y en contra de ambas, pero, en general, y yo me adhiero a esta tendencia, somos mayoría los que apreciamos a cada una en su contexto. La película es entretenida y tiene su mensaje para los más pequeños, en el tono amable que caracterizaba a las películas con personajes de carne y hueso de la Disney de entonces, mientras que el libro aporta muchos matices que exceden de los límites que permite una película.

Otro punto fuerte a favor del filme es el excepcional reparto que acompaña a los ya mencionados, entre los que sobresalen la bellísima Joanne Dru o la mítica y siempre eficaz Jessica Tandy. la verdad es que todos los actores están excepcionales, con un descollante James MacArthur que encandiló tanto a Disney que le entregó el papel protagonista de esas tres películas ya mencionadas antes.
Por eso, sorprende mucho que, aunque reeditada varias veces en vídeo, 'Fulgor en la espesura' nunca haya sido editada en DVD para la venta al gran público, salvo en ediciones muy limitadas destinadas directamente a los centros educativos que cuestan 30 $, y que hacen de su posesión un auténtico tesoro de coleccionista para los cinéfilos.

Yo tuve la suerte de verla varias veces en aquellas reposiciones de 'Disneyland' que comenzaban al ritmo de aquel inolvidable "el mundo es cascada de colores, mágico mundo de colores, ...de colores...", y siempre me gustó mucho, ya que por aquel entonces me pareció un lujo a sumar a las pocas versiones salvables de 'El último mohicano' o de maravillosos clásicos como 'Drums along the Mohawk/Corazones indomables' o 'Los inconquistables', ambientados en ese mismo periodo en el que también transcurre mi tesis doctoral....

Tras el éxito cosechado, Jimmy rodó el resto de películas para el tío Walt también durante sus vaciones universitarias, aunque, tras el éxito de las tres primeras, había decidido abandonar la universidad, filmando las otras dos una vez ya desvinculado de Harvard. Posteriormente, y ya fuera del paraguas de la Disney, James MacArthur trabajó para la Warner Bros en la sentimental 'Fiebre en la sangre' ('Spencer's Mountain' en el original... ¡estos traductores nuestros...!), filme costumbrista de ambientación rural donde interpretaba al hijo de unos espléndidos Henry Fonda y Maureen O'Hara, y que fue adaptado a la televisión como la exitosa serie 'Los Waltons', donde el sensible Richard Thomas asumiría el mismo papel que llevó Jimmy a la gran pantalla. De esta película siempre se recuerda una de las frases más populares de su guión: "El mundo se echa a un lado y deja pasar a un hombre si éste sabe a dónde se dirige".
Precisamente, en 1960 había debutado en Broadway, consiguiendo un importante premio teatral por el gran éxito cosechado coprotagonizando 'Invitation to a March' junto a una jovencísima Jane Fonda (ambos aparecen en la foto 17 flanqueando a la adorable Celeste Holm, y menudo fajín de tartán escocés que me lleva él con el smoking), y entre sus otros triunfos escénicos de entonces están también 'Descalzos por el parque' y 'Johnny Loves Mary', pieza escrita a dúo por el matrimonio integrado por los dramaturgos Henry y Phoebe Ephron, padres de la popular directora de comedietas románticas Nora Ephron.

Otro de sus trabajos más populares de entonces fue otra película de producción británica, no estrenada en España aunque paradójicamente se rodara en nuestro país, en aguas de la Costa Brava, y que contaba en el reparto con una de las megaestrellas juveniles de la Disney, Hayley Mills, la inolvidable Pollyanna, hija del excelente actor inglés John Mills, que también participaba en el filme, y con quien MacArthur había compartido años antes éxito en 'Los robinsones de los Mares del Sur'. El rodaje de 'The Truth About Spring', película de piratas contemporáneos ambientada en el Caribe y donde surgía el inevitable romance entre sus jóvenes protagonistas (que se llevaban en la vida real 9 años de diferencia, 19 de ella por los 28 de él), además de ruinoso, por la chapucera y onerosa gestión en el alquiler de los barcos para el rodaje y la ambiciosa apuesta de filmarlo todo en escenarios naturales, debido a que las habituales transparencias y tomas en estudio dejaban una mala imagen entre el público asiduo a los filmes de aventuras marinas. Otro aspecto que chocaba no poco a los miembros del rodaje de origen español, como el grandioso director artístico Gil Parrondo, era la costumbre tan 'british', dado el origen de los productores y la mayoría del elenco, de parar el rodaje sí o sí a las cuatro y media de la tarde para tomar el té y merendar. Anécdotas de este y otro pelaje que no hicieron sino complicar la finalización de la película que tanto Jimmy como Hayley se tomaron como unas buenas vacaciones (foto 8) en tierras catalanas. Poco podía imaginar entonces el actor, cuando se calzaba el bañador, que estaba destinado a pasar a la posteridad asociado a algo tan marinero como las islas que constituyen el archipiélago hawaiano.

Y todo se debió, como sucede tantas y tantas veces en el mundo del cine, por una afortunada coincidencia. Cuando la estrella de James comenzó a declinar, se vio forzado a aceptar papeles menores, como el de predicador en el western protagonizado por Clint Eastwood 'Cometieron dos errores'. Pequeña pero memorable participación que, sin embargo, dejó muy buen sabor de boca al productor y coguionista del filme, Leonard Freeman, que estaba encantado tras el gran éxito obtenido, contra todo pronóstico, por un filme que inicialmente parecía una más de vaqueros.

Y es que ese mismo año Freeman se inventó una de las series más fascinantes y populares de la historia de la televisión, que casi 50 años después sigue marcando la pauta y sirviendo de inspiración dentro del género policiaco: HAWAI 5-0, mi serie favorita cuando aún no había cumplido yo mis diez años, ya que TVE la estrenó en 1973. Sus inolvidables títulos de crédito al son del mítico tema compuesto el genial Morton Stevens (director musical de las giras del Rat Pack-Sammy Davis Jr, Frank Sinatra y Dean Martin- y autor de popularísmas sintonías como 'Masada' o 'La ley del revolver') por fueron descaradamente copiados 20 años después por los de 'Miami Vice'... eso no habrá quien lo niegue... También el efectivo dúo de policías protagonistas ha conocido diversas reediciones posteriores, como el de Karl Malden y Michael Douglas en 'Las calles de San Francisco ' o el ya apuntado de Sonny Crockett y Ricardo Tubbs, entre otros...

Hawai 5-0 tenía en Jack Lord (el primer Felix Leiter de la prolija saga de James Bond) a su supercarismático protagonista, en el papel de Steve McGarrett, un auténtico precedente en sus formas y modales de mi también admiradísimo Horatio Caine. Por ello, necesitaba un contapunto de rostro algo más amable, juvenil y con cara de ser un espabilado aprendiz del veterano policía. Tras rodarse el episodio piloto, se realizó un pase privado en el que los espectadores mostraron su descontento con el compañero de Lord. Y Leonard Freeman tuvo pronto clarísimo cual sería la mejor solución, el personaje le iba como anillo al dedo al joven MacArtur (¡qué paradoja, un actor de apellido escocés trabajando con un personaje cuyo apellido también remite a Escocia!). Nacía así una de las parejas más sólidas y queridas de la historia de la televisión: los agentes Steve McGarrett y Danny 'DANNO' Williams. De la boca del primero saldía la mítica frase de apenas tres palabras y una apóstrofe cargadas de frialdad que es todo un clásico entre la sociedad estadounidense, una muletilla de lo más popular y empleada aún hoy: "Book'em, Danno"... algo así como "empapélalos/enchirónalos, Danno" http://www.youtube.com/watch?v=uVz_kJpv-Fs&feature=related ... con la que McGarrett concluía los episodios una vez capturados los malvados a los que la policía hawaiana hacía frente.

Aunque la serie completó 12 temporadas hasta su finalización en 1980, James MacArthur ya no participó en la última, alegando que las tramas cada vez eran más previsibles, repetitivas y poco motivantes. Uno de sus mejores momentos, según siempre recordaba en las entrevistas, fue aquel capítulo en el que intervino su madre, Helen Hayes, interpetando a la tía Clara del bueno de Danno. El resto de su carrera artística iría asociada a diferentes papeles en telefilmes, obras de teatro y películas, aunque en 1997 retomó su personaje de Danno para una tv-movie ambientada en la serie y la que Dan Williams había sido elegido gobernador de Hawai.

En la vida real, tanto él como Jack Lord sucumbieron a los mil encantos del archipiélago polinésico y mientras el primero se instaló definitivamente a vivir, MacArthur visitó con frecuencia las islas, donde trabajó a menudo, era una personalidad tan querida como popular y recibió muchos premios y homenajes. Ahora que se ha rodado una nueva versión de 'Hawai 5-0' que en España tiene previsto estrenar Telecinco antes de Navidad (ya veremos el estropicio), los productores expresaron su intención de que James MacArthur hiciera un cameo en algún episodio, aunque ya no será posible. Jack lord, por su parte, había fallecido de Alzheimer en 1998.

Casado en tres ocasiones (con tres rubias, dos de ellas actrices poco conocidas) , MacArthur deja dos hijos, dos hijas y siete nietos.

Para todos aquellos interesados en la figura de este pequeño gran actor, os recomiendo visitar su página web oficial http://www.jamesmacarthur.com/javaindex.html, que cuenta con un fantástico y copioso archivo fotográfico. Tal vez después os den, como a mí, ganas de gritar a todo trapo: BOOK 'EM, DANNO!