viernes, 7 de abril de 2017

Hombre come mosca. Mosca come hombre: El zumbido más delicioso































El Lago Mono, próximo al Parque Nacional de Yosemite en California y a la frontera con el vecino estado de Nevada, es uno de los espacios naturales más singulares y sorprendentes del mundo. Su formación, hace unos 760 000 años, como lugar de desembocadura de una cuenca endorreica, es decir, sin salida al mar, es la causa directa del alto nivel de sales que acumula, cerca de 280 millones de toneladas, en una proporción que casi duplica la salinidad de mares y océanos; y de la gran alcalinidad, con un 10 de PH, y de los altos niveles de arsénico que presentan sus aguas, del todo imbebibles y que no permiten la existencia de peces en el lago, pese a los reiterados intentos para su introducción

Estas características tan especiales han dado lugar a un ecosistema sin igual que depende básicamente de dos especies: un pequeño crustáceo endémico del género artemia, también llamada gamba de salmuera (foto 9), no mayor de una pulgada y de la que se calcula que existen entre 4 y 6.000 millones de individuos, y la mosca alcalina (Ephydra hians) (foto 3). Ambas especies se alimentan de un alga de tamaño microscópico, especialmente abundante a partir de marzo tras recibir el lago los ricos aportes salinos procedentes del deshielo primaveral, que hacen que sus aguas, cubiertas de una densa capa verde, se asemejen a un gran cuenco de sopa de guisantes.

Gambas y moscas proveen asimismo del alimento necesario para los dos millones de aves migratorias que anidan anualmente en el lago, aunque hubo un tiempo no tan lejano en que también el ser humano encontró su sustento en tan salobres aguas. Hoy en día, tanto la gambas salobres (enlatadas en conserva, foto 11) como sus huevos (foto 10) se venden en Europa y Norteamérica como alimento de mascotas acuáticas: peces, tortugas...

De todas las especies de aves acuáticas asociadas al Lago Mono, la más característica es el falaropo tricolor (foto 6), que habita allí en inmensas colonias (foto 7) y hace gala de una habilidad especial para capturar con sus finos y largos picos las tan sabrosas, nunca mejor dicho, moscas alcalinas, con la misma destreza con que el señor Miyagi atrapaba moscas con sus palillos en Karate Kid. También alberga importantes colonias de zampullín cuellinegro y gaviota de California (foto 8).

Las moscas alcalinas son excelentes buceadoras que se envuelven de una pequeña gota de oxígeno para realizar sus inmersiones, durante las cuales comen las algas del fondo del lago y realizan sus puestas de huevos en las aguas menos profundas junto a la orilla.

Las diferentes bandas de indios Paiute que habitaban en la región de la Gran Cuenca, a la que pertenece el Lago Mono y en la que nunca han sobrado los recursos naturales, se diferenciaban entre sí de acuerdo a su principal fuente de alimento allí donde vivían. Así, estaban los Comepeces, los Comebulbos, los Comejuncos, los Comeardillas de tierra, los Comeconejos y los Kutzedika’a o Comelarvas de mosca, que durante siglos tuvieron en las kutsavi, así llaman a las larvas y pupas de las moscas alcalinas del Lago Mono, su principal fuente de sustento,

En total, eran unos 200 el número aproximado de Kutzadika'a (foto 4) de todas las edades los que podían subsistir en la zona con lo que les proporcionaba el lago y las tierras adyacentes, ya que estos nativos, como el resto de los Paiute, no eran sedentarios, sino nómadas que se desplazaban durante todo el año por su territorio en busca de comida:

Su dieta también incluía los piñones que recolectaban en otoño de las sierras ubicadas al Norte y el Este del lago, de cuyos arroyos obtenían el agua para beber. Estos piñones, gordos, grasos y muy nutritivos, procedentes de las gordas piñas de los pinos sabina o grises (Pinus sabiniana) (foto 12) constituían su dieta principal en invierno. Terminada la recolección piñonera, comenzaba la temporada de caza de la liebre de California y el conejo de cola blanca, sus principales fuentes de carne, y también de piel para confeccionar sus vestimentas. Además, capturaban berrendos, cuyas manadas dirigían hacia cercas previamente preparadas. Tras pasar el invierno en los cálidos valles al Este del lago Mono, a finales de la primavera retornaban a sus orillas para la recolección de las kutsavi y cazar las aves que allí anidaban. Las gambas de salmuera del lago, dado su pequeño tamaño y alta salobridad, nunca formaron parte de su despensa.

Su dieta se completaba con las diversas bayas y tubérculos que recolectaban, y con las gruesas y jugosas piaghi o piugi, orugas y pupas de la polilla Pandora (Coloradia pandora) (fotos 13 y 14), que cada verano anidaban en gran número en los cercanos bosques de pinos de Jeffrey (Pinus jeffreyi), y que consumían de diversas combinaciones culinarias, tras ser tostadas al fuego, hasta que, a finales del siglo XIX, los mineros asentados en la zona, talaron los imponentes árboles para el uso de la madera en sus explotaciones, privando para siempre a los indios de tan esencial recurso.

La cosecha de las kutsavi, encomendada exclusivamente a las mujeres, era todo un espectáculo que tenía lugar entre los meses de agosto y septiembre. Las recolectoras, equipadas con grandes cestas de fibras tejidas en forma de pimiento del piquillo (foto 5), se adentraban hasta que el agua les llegaba a las rodillas por las orillas del lago, entonces cubiertas por millones de pupas y larvas mosquiles.

Densos enjambres de moscas alcalinas se levantaban a su paso, pero, a diferencia de lo que pueda pensarse, no se abalanzaban sobre quienes esquilmaban impunemente sus puestas, sino que limitaban a volar alrededor de las saqueadoras con un ensordecedor zumbido pero, sin hostilidad aparente, tal vez a consecuencia de la dieta exclusivamente vegetal con que se nutren estos insectos, incapaces de picar.

Una vez extraídas, las larvas y pupas se dejaban secar al sol, tras lo cual se frotaban para quitarles sus duras cáscaras. Según los viajeros que a finales del siglo XIX las probaron, su sabor, muy salado debido a las aguas del lago, recuerda mucho al de las anchoas. En el sistema de subsistencia de los indios de la zona, eran una fuente de proteínas muy apreciada que los Kutzadika'a intercambiaban con las tribus vecinas por otros alimentos, como las bellotas de roble.

Pero, si todo lo referido hasta ahora no fuera ya más que suficiente para incluir al Lago Mono entre los lugares más sugestivos y sorprendentes del planeta, la astrobióloga de la NASA Felisa Wolfe-Simon generó una gran conmoción entre la comunidad científica internacional con su descubrimiento en el fondo del lago una bacteria de las consideradas ‘extremófilas’, por el duro entorno en el que viven, (la sorprendente GFAJ-1a) (foto 15) cuya dieta es pobre en fósforo pero rica en arsénico.

Un descubrimiento de gran interés científico para los astrobiólogos de la Agencia Espacial estadounidense, por ser el primer organismo  conocido, se decía en el estudio, que incumple la condición de reunir los seis elementos considerados esenciales en todo ser vivo: carbono, oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, azufre y fósforo, ya que, en lugar de este último, puede construir sus componentes celulares utilizando un elemento químico venenoso para el resto de seres vivos como es el arsénico.

La bacteria GFAJ-1a abría, así, una gran esperanza y nuevas opciones al descubrimiento de vida extraterrestre en el espacio con una composición diferente a la conocida en la Tierra. Y aún más si tenemos en cuenta que el Lago Mono guarda una gran semejanza con el Cráter Gusev del planeta Marte, donde el robot Spirit de la NASA aterrizó en 2004 y estuvo operando hasta 2010, aunque no encontró ningún organismo vivo… que sepamos…

Sin embargo, en 2012, dos estudios independientes negaron que esta bacteria pudiera subsistir sin fósforo como uno de los elementos esenciales en la composición de todo ser vivo, aunque sí que es cierto que su necesidad de este elemento químico se reduce al mínimo, hasta 4.500 veces menos.

Pero, tal vez, lo más curioso de esta glotonería de los seres humanos por el universo mosquil es que también se produce en sentido inverso, con moscas que se nutren asimismo de la carne de seres humanos vivos, y, contra lo que pudiera pensarse, con efectos muy benéficos para los devorados.

Es lo que se conoce como terapia larval (Maggot Therapy, en inglés, foto 17), una técnica sanitaria conocida desde la Prehistoria, fruto de la observación y la experiencia de nuestros antepasados, que ha sido aplicada desde tiempos inmemoriales y con excelentes resultados por culturas muy antiguas, como los aborígenes australianos o los mayas.

El insecto protagonista es, en este caso, la conocida y abundante mosca verde o Phaenicia sericata (foto 16) que solemos ver sobrevolando los contenedores de basura, inconfundible a causa de su color azul o verde metalizado, cuyas larvas vivas se aplican sobre los tejidos engangrenados o infectados mediante una técnica sanitaria conocida como ‘desbridamiento’, que consiste en la total eliminación de tejidos muertos que serían prácticamente imposible de extraer de forma manual sin retirar a la vez parte del tejido sano.

Aunque siempre se ha defendido que estas voraces larvas se limitan a engullir los tejidos necróticos, y no se interesan por el resto del paciente, hoy existen nuevos estudios que comienzan a poner en cuestión tan arraigada creencia.

Estos hambrientos microcirujanos se crían en laboratorio y son esterilizados –para evitar transmitir infecciones- antes de ser aplicados sobre la zona en vendajes cerrados pero con la suficiente ventilación para que puedan respirar mientras contribuyen a sanar las heridas y zonas amputadas gracias a su acción desinfectante, ya que las propias larvas expulsan durante su proceso digestivo antibióticos que les permiten vivir en ambientes con alto niveles bacterianos como los tejidos muertos o las heces de las que se alimentan:

También propician la cicatrización, al estimular las defensas del enfermo, y secretan unas sales que cambian el PH de las heridas, haciéndolo más neutro y menos alcalino. En el lado negativo, la incómoda sensación de percibir continuamente en la zona afectada los múltiples bocaditos que dicen sentir muchos de los pacientes. Una vez satifecho su apetito, son retiradas y reemplazadas por otras.

Antaño, ya fueron empleadas con esta función terapéutica en Occidente durante la Edad Moderna y, desde entonces, con mayor frecuencia en diversos conflictos más próximos en el tiempo, como la Guerra de Secesión Estadounidense o la Primera Guerra Mundial.

Si bien la introducción de la penicilina redujo mucho su utilización por parte de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, la escasez del cotizado antibiótico y de otros medicamentos hizo habitual su uso por parte de los británicos prisioneros de guerra de los japoneses, que obtenían las larvas de las letrinas, y también que los estadounidenses las empleasen con aquellos de sus cautivos japoneses que no tenían más solución que ésa para sanar de sus heridas.

Actualmente, esta técnica es empleada por centenares de médicos en hospitales de todo el mundo, contándose por decenas de miles los pacientes tratados en un año, lo que da una idea de su eficacia y pervivencia en el tiempo.

Pero no queda ahí la historia de las moscas devoradoras de carne humana viva. La Biblia nos ofrece un episodio, por todos recordado, en el Libro del Éxodo, que ha sido recreado en cualquiera de las versiones fílmicas de ‘Los Diez Mandamientos’, en la serie televisiva de la RAI italiana ‘Moisés’, con un excelente Burt Lancaster en el papel del gran profeta; como también en ‘El príncipe de Egipto’, magnífico filme de animación de los estudios Dreamworks, o la más reciente estrenada ‘Éxodus: dioses y reyes’, rodada recientemente por Ridley Scott en Almería y Fuerteventura, entre otras localizaciones.

Como es bien sabido, la de las moscas es la cuarta plaga de las diez con las que Dios sometió al pueblo de Egipto para que el faraón, muy probablemente Ramsés II, aunque los historiadores discrepan sobre su verdadera identidad, diese su brazo a torcer y dejase marchar de sus dominios al pueblo de Israel.

“Si no dejas ir a mi pueblo”, habría advertido Yahveh al faraón por boca de Moisés, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, yo enviaré una nube de moscas sobre ti y sobre tus servidores, sobre tu pueblo y dentro de tus casas. Y las casas de los egipcios se llenarán de moscas, y asimismo la tierra donde ellos estén”.

Quedaba a salvo del gigantesco y voraz enjambre la Tierra de Gosén, lugar en el que habitaban la mayoría de israelíes, para así demostrar que Yahveh no sólo era superior en poder a la divinidad egipcia que controlaba las moscas y similares, sino también capaz de diferenciar a su pueblo del egipcio a la hora de aplicar éste y otros castigos. Eran, por así decirlo, plagas “a la carta” que nunca afectaban a los judíos.

Como nos relata la Biblia: “vino una densa nube de moscas sobre la casa del Faraón, sobre las casas de sus servidores, y sobre toda la tierra de Egipto. La tierra quedó devastada a causa de ellas”.

Paradójicamente respecto al concepto que tenemos hoy de ellas, asociadas a los excrementos, la basuras, las plagas o molestos picotazos, las moscas fueron un insecto muy venerado por los egipcios durante el Imperio Nuevo, entre los siglos XVI y XV a.C., constituyendo la principal distinción militar de aquel periodo unos pequeños colgantes de oro, plata (foto 20) o bronce envuelto en pan de oro (foto 19), en forma de mosca, ya que se admiraba de las moscas egipcias su tesón para picar sin descanso, incluso en enjambres, cualidades que representaban las virtudes de los guerreros, a ojos de los egipcios.

 Por tanto, este insecto hoy tan denostado equivalía para ellos a la gran medalla al valor con los que se premiaban no sólo hazañas en el campo de batalla, sino que también se entregaban como condecoración a todo aquel hombre o mujer que se hubiera significado contra los odiados invasores hicsos. De ahí que la poderosa Ahhotep, madre del faraón Amosis I, fundador de la XVIII Dinastía del Imperio Nuevo, conocida como la Reina Guerrera por cómo mantuvo su presión militar contra los hicsos durante los años que ocupó la regencia hasta que su joven hijo expulsó para siempre a los invasores asiáticos tras la toma de su capital, Avaris, luciera con todo merecimiento su collar de tres moscas de oro como símbolo de sus logros militares (foto 21). Otro elemento espectacular es el collar de cornalina en el que 22 moscas de oro se alternan con 23 cuentas que reproducen las cipselas o semillas del azulejo, pincel o aciano (Centaurea cyanus), una planta muy habitual en los campos de cereales y que era, a la vez, una dc las principales plantas medicinales de la Antigüedad, lo que ensalzaba su valor como símbolo de salud (foto 22).

A pesar de sus promesas iniciales, el Faraón se negó a dejar marchar a Moisés y su pueblo hasta recibir el azote de otras seis crueles plagas, la última de ellas –la muerte de todos los primogénitos egipcios de corta edad- tan terrible en efecto y forma que consiguió doblegar la hasta entonces férrea oposición del hijo de Ra.

Todo ello nos lo contó magistralmente Cecil B. DeMille y por partida doble: la primera vez, en 1923, en un filme carente de sonido, y la segunda, en 1956, en sus despedida como director, con grandes alardes visuales para el año en que se rodó la película y un memorable duelo interpretativo entre quienes, hasta entonces, se habían querido en la ficción como hermanos, unos espléndidos Charlton Heston/Moisés, y Yul Brynner/Ramsés (foto 18).

A modo de curiosidad, la segunda plaga, la de las ranas, no aparece en el filme por no encontrarse entonces una forma de rodarla que no resultase algo cómico para el público y contrario a su propósito.

Y finalmente, habrá que hablar también de las huevas comestibles de otro insecto americano que, a pesar de su nombre, no tienen que ver con las verdaderas moscas: el ahuautli ('bolitas de agua' en lengua náhuatl) también conocido por su nombre españolizado de ahuautle y como 'mosco' o 'mosco para pájaros' Un producto selecto considerado por los más cursis y snobs como "el caviar azteca" (foto 25), ya que hace más de 500 años era uno de los manjares que ofrendaban al emperador Moctezuma II, quien solía desayunarlo bien fresco y recién cosechado en el lago de Texcoco, y de su hermano, el aguerrido Cuitláhuac.

Este huevo del 'mosco', una denominación genérica para una familia de seis especies de chinches acuáticas o hemíptera diferentes muy abundantes en los lagos del Valle de México, agrupadas bajo el nombre de axayácatl (literalmente, en náhuatl, "el rostro o la faz del agua", que era también el del emperador padre de Moctezuma II) con el que los aztecas llamaban a estos insectos (fotos 23 y 24), que solían pescar con finas redes y comer tostados, asados o a la brasa, mientras que las huevas se consumían en tortillas, tamales y, en ocasiones, mixiotes.

Poseen un sabor más fuerte que el polvo de camarón, al que sustituyen como condimento en algunos platillos típicos como el revoltijo o los romeritos (foto 26, un arbusto local comestible muy similar al romero que se consume como verdura hervida y salteada). De hecho, su consumo es mayor en la época de Cuaresma (costumbre adoptada de los españoles durante la conquista, que comían los huevos de chinche acuática en los periodos de abstinencia carnívora) y en Nochebuena. Además, se pueden preparar también, como en tiempos de los aztecas, en forma de tamales o de mixiotes, o en los citados revoltijos de romeritos, en salsa verde con flor de calabaza o con nopales.

Estos huevos del mosco siguen siendo exportados a países como Alemania y Gran Bretaña, donde son muy populares como alimento para mascotas: aves, peces, tortugas, etc...

Los moscos suelen recolectarse en el Lago de Texcoco, donde cada vez se obtienen menos por la pérdida de superficie lacustre debido al crecimiento de las zonas desecadas y la contaminación, aunque también se extraen de otros lagos, como los de Pátzcuaro y Guanajuato,

En la Ciudad de México aún se puede encontrar en mercados como La Merced y San Juan de Letrán.

Buena parte de estos 'moscos' se cosechan en cultivos creados por la mano del hombre o 'hueveras', para lo que se coloca un atado de zacate (hierbas verdes) o de ramas secas, hojas de mazorcas o tules en las orillas del lago, tocando el agua y fijado a una estaca para que no se las lleve el viento. Ahí se mantienen por 15 o 20 días, periodo en que las chinches depositan en una especie de telarañas de seda miles de huevecillos, cuyo tamaño no rebasa el milímetro de diámetro. Sin permitir que se moje, se retira el ramaje o el atado de zacate, se quita cuidadosamente la huevera y se limpian y orean los huevos, que no suelen consumirse crudos, sino generalmenre tostados, y que en muchas ocasiones son molidos en forma de una fina harina con muchas aplicaciones gastronómicas...

En sus crónicas. los conquistadores españoles relataron que este singular alimento también era ofrecido como ofrenda al dios Xiuhtecutli (literalmente, "el señor de las hierbas") la divinidad azteca del calor y el fuego, en cuyo nombre se celebraban muchos de los sacrificios humanos que tanto espantaban a los españoles. No deja de ser lógico, ya que "Xihuitl" significa "atado de hierbas o ramas verdes", el mismo método que se emplea para recolectar los huevos de ahuautle.


ESTUPENDAS SUGERENCIAS PARA UN VIERNES DE DOLORES DE AYUNO Y ABSTINENCIA... 

2 comentarios:

Conde de Salisbury dijo...

Que interesante el mundo volador. De todas formas, estoy seguro que de ser indio Paiute preferiría formar parte de los Comeconejos.

sushi de anguila dijo...

Yo, de los comepeces... :)