viernes, 15 de septiembre de 2017

Sobrasada, el apetitoso azote medieval de 'chuetas' y judíos.....




Alimentos tan deliciosos y característicos de las Baleares como la sobrasada o la ensaimada, y otros ilustres derivados del cerdo como los de la foto que abre el post, alcanzaron una gran popularidad no sólo por sus virtudes gastronómicas, sino porque el hecho de consumirlos o no públicamente desvelaba quién entre los judíos conversos era un cristiano por convicción y quién continuaba profesando la fe hebrea en la intimidad.

La sobrasada, un embutido de origen siciliano (igual que las anchoas en aceite, nada que ver con el Cantábrico en su origen) que llega a las islas desde Valencia a través de las rutas comerciales marítimas del Reino de Aragón, se elabora con carnes escogidas de cerdo.

 Antes del descubrimiento de América y la introducción del pimentón, que tanto contribuye a su conservación, era un embutido de color blanco que apenas duraba unas semanas desde su preparación, por lo que era un producto para ricos.

La ensaimada, tal y como indica su nombre, se prepara con el “saim” ('saín' en murciano/castellano) o grasa de cerdo; fundamentalmente la que recubre los riñones del porcino, que es la más fina y delicada del animal. Está claro que comerlas en público era ya de por si todo un acto de declaración de fe cristiana...y de negación de la judía... y no os digo nada comerse una ensaimada rellena de sobrasada...!!!

Y la cosa no era ninguna broma, ya que de los 800.000 habitantes de Baleares, unos 20.000 descienden de los 15 linajes 'chuetas' (judíos conversos), católicos a la fuerza desde el año 1391, en nefasto año en que tuvo lugar la llamada 'Revuelta antijudía' por la historiografía española, mientras que para la tradición judía son recordadas como las 'conversiones forzadas de 5151', de acuerdo con el calendario judaico, y supusieron la mayor pérdida en vidas de todas las persecuciones contra la comunidad judía en la España medieval.

En aquel horripilante verano, la ciudad de Sevilla, donde residía la segunda mayor comunidad judía de España después de la toledana, fue el foco del incendio que pronto se extendería a no pocas ciudades castellanas y aragonesas. Tras una intentona fallida en marzo, que fue sofocada por los nobles sevillanos, principales protectores de los judíos por su importancia económica y cultural.

El 6 de junio, y tras quince años de prédicas insensatas contra la comunidad judía sevillana por parte del archidiacono de Écija con nombre de famoso jugador de baloncesto, Ferrán Martínez, sus radicales seguidores, conocidos popularmente como 'matajudíos', iniciaron una espiral de saqueos, incendios, matanzas y conversiones forzadas de judíos sin mediar provocación alguna por parte de la comunidad hebrea.

La ola de crímenes pronto se extendió a las principales juderías de las ciudades de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra, aunque en ciudades bien conocidas por sus pogromos como Murcia, en este caso se protegiera a la comunidad judía por parte del concejo local y del obispo de la diócesis (que supieron de la revuelta antes de que llegara la noticia a la población) y se reclamara para sus legítimos propietarios los bienes que habían sido tomados o saqueados a los judíos de Orihuela que habían huido a las vecinas tierras murcianas tras los horrorosos sucesos de Valencia.

Allí, y según la tradición, San Vicente Ferrer habría sido uno de los más prominentes inspiradores del estallido antijudío, con su exigencia de "bautismo o muerte" que todavía hoy se le atribuye, y que provocó un buen número de conversiones forzosas.

Se estima que sólo en Sevilla fueron asesinadas 4.000 personas inocentes, mientras que las mujeres y niños judíos capturados fueron vendidos como esclavos a los musulmanes y las cuatro sinagogas de la ciudad convertidas en iglesias. Tantas barbaridades provocaron un masivo exilio de judíos españoles que abandonaron por esta causa Sefarad, dando lugar a las numerosas y prósperas comunidades sefardíes de Portugal, el Magreb, Constantinopla o Esmirna... España, su patria, los echaría tanto de menos en siglos posteriores...

Teniendo en cuenta que las condenas dictadas por la Inquisición comportaban otras penas que debían mantenerse durante al menos dos generaciones. Los familiares directos de los condenados, así como sus hijos y nietos, no podían ocupar cargos públicos, ordenarse sacerdotes, llevar joyas o montar a caballo, lo que convertía en una situación de riesgo mortal para todo un linaje familiar el rechazar en público comer sobrasada o ensaimada en las Baleares, y olla de cerdo, torta de chicharrones o pastel de carne en la ciudad de Murcia, por ejemplo. Cada proceso de un único individuo por el Santo Oficio suponía el desastre más rotundo, la pobreza y el rechazo social para toda la familia... y todo por no engullir tan gloriosos derivados -dulces y salados- del cerdo...

1 comentario:

Conde de Salisbury dijo...

Como dijeron Plauto y Hobbes, homo homini lupus.